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118 P. DAVID DE LA CALZADA mos en absoluto, ese misterioso e impresionante más allá se nos viene encima por instantes. Nadie ni nada pueden detenerlo. Tampoco, por lo tanto, con la estúpida conduc– ta de meter la cabeza bajo el ala, no queriendo saber nada de nada. La eternidad existe. La eternidad se acerca. Y la eternidad se nos vendrá encima en el momento menos pensado, y se nos vendrá con unas consecuencias definiti– vas para nosotros. Querer desentendernos de todo esto, co– mo si no existiera, representa una necedad monumental, indigna de los racionales. Si existe otra vida, una vida sin fin, en la que se hará justicia con premios o castigos a las obras de esta vida tran– sitoria, esa vida real, eterna e insoslayable, debe estar pre– sente en todos nuestros cálculos y operaciones. El insensa– to que se desentiende de ella, y se adormece voluntaria– mente en el sueño de la despreocupación y del olvido, es un auténtico suicida. "Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis, en ver– dad, discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres, -dijo Cristo a los judíos. La triste consecuencia que podemos sacar nosotros es que el desconocimiento o inhibición de esa verdad, nos ha– rá para siempre esclavos del demonio. En España hay un organismo, el Instituto Nacional de Previsión, que se preocupa de asegurar, en cuanto cabe, a todos los españoles, un decoroso mañana en el atardecer de la vida. Ahora podemos estar muy bien; pero las mil con– tingencias e imponderables de esa vida incierta pueden de– pararnos un futuro nada grato. Para evitar esto en el mafiana, viene la previsión. ¡Y tal vez ese mañana en este mundo no exista para muchos, por tener a la muerte llamando ya a las puertas! Pero la sola posibilidad de una vejez prolongada, nos hace ser pre– cavidos y previsores. La otra vida, la de la eternidad, es algo tan infalible– mente cierto, como que se funda en la misma palabra de Dios. ¿ Y dónde se quedan nuestras previsiones frente a esa vida del otro mundo, que no acabará jamás? ¿Es que podemos llamarnos racionales, cuando pesa más para nos– otros este efímero presente, que el futuro eterno con todas sus consecuencias? De seguro que ya lo sabes. Un día cierto joven, lleno de
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