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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD ¡45 de llorar... Llorar de alegría, llorar de emoción. Y mien– tras los fieles aclamaban frenéticamente al Vicario de Cris– to, y éste pasaba sonriente en su silla gestatoria, dejando caer bendiciones sobre la multitud, el sabio, con la vista clavada en el rostro transfigurado del Pontífice, sólo pen– saba una cosa: "Mientras nosotros, los sabios, nos afanamos con nues– tra ciencia en desentrañar la verdad, y somos fácil presa de infinitos errores, éste es el único hombre del mundo que puede enseñar la verdad religiosa o moral a todos los hom– bres, sin posibilidad de engañarse. Hasta su vestido blanco parece que habla de luz y de verdad" ... Recuerdo haber leído, creo que en una revista antigua, un episodio de exploradores. Por la selva virgen africana se interna decidido uno de esos cruzados de la civilización. De pronto se ve cercado de una turba clamorosa de salva– jes que, apuntándole con sus flechas, en medio de un es– pantoso griterío, le intiman que se rinda y se entregue a ellos. El explorador, con los brazos en alto, no tiene más remedio que entregarse, previendo un trágico fin. En efecto; le llevan con gritos ululantes y sonoras car– cajadas, y muy pronto observa que aquellos salvajes, con procedimientos primitivos, procuran encender fuego, sin duda para asarle y merendarle. Entonces el explorador tiene una feliz idea; y dirigién– dose al cacique de la tribu, le propone: Si me perdonáis la vida y me dejáis volver libre a mi país, yo os enseñaré un modo maravilloso, fácil y rápido de hacer fuego. El se– creto está en mi poder; pero ahora mismo puedo ponerlo en vuestras manos. -Pues, ¿quién eres tú? -le preguntó el cacique. -Yo soy el hombre de la luz... -¡El hombre de la luz! ¿Y cómo puedes demostrár- melo? -De manera muy sencilla, -le contastó el explorador. Y echando mano al bolsillo, sacó una cajita de fósforos, tomó uno entre sus dedos, restregó su cabeza sobre la su– perficie áspera de la caja, se encendió el fósforo, y mos– trándoselo a los estupefactos salvajes, añadió: -¿Os convencéis ahora de que yo soy el hombre de la luz? Los salvajes, desconocedores de estos adelantos, a pun-

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