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f!.AfiIOélRAFÍA i>E LA FRIVOLIDAD 139 los ojos a ella, el remordimiento nos desgarra el alma. Y juzgan muchos que es preferible no escucharla, olvidarla o desconocerla. No tienen valor para enfrentarse con el re– mordimiento ... Así el gobernador Pilato, al preguntar a Cristo qué es la verdad, reacciona en sentido frívolo y, por si acaso, de– cide no esperar la respuesta. Pudiera comprometerle... El procurador Félix, impresionado por la doctrina nue– va y preocupante, predicada por San Pablo, le corta el ser– món y lo aplaza para otro día... ¡Día que ya no llegaría jamás! Listos a lo humano. De mejor o peor estilo. Pero granu– jas todos y responsables de su cobardía, al huir consciente– mente de la luz de la verdad que el Hijo de Dios trajo al mundo. El mismo nos dice por San Juan: -"Y el juicio consiste en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal, aborre– ce la luz, y no viene a la luz, porque sus obras no sean re– prendidas. Pero el que obra la verdad, viene a la luz, para que sus obras sean manifiestas, pues están hechas en Dios". (Juan III, 19-21). Carlos V consiguió la victoria de Muhlberg. Con ella dio el golpe de muerte a la expansión protestante en los Paí– ses Bajos. Una de las cosas más notables que se han escri– to de esta batalla, (ignoro el fundamento), es que en ella se repitió el prodigio de J osué cuando el sol paró su curso en los cielos, para que él tuviera tiempo de rematar la de– gollina de sus enemigos vencidos. Años más tarde, el rey de Francia preguntó al Duque de Alba por el fundamento de aquella creencia; si había sido verdad, o sólo una leyenda popular. El glorioso capitán de los Tercios Españoles le contestó: -No sé qué le diga a Vuestra 1\1ajestad. Aquel día de la batalla estuve tan ocupado en las cosas de la tierra, que no tuve tiempo de mirar al cielo ... El gran Duque de Alba, sin querer, acababa de decir una escalofriante verdad de rango universal. La mayor parte de los hombres estamos tan ocupados con las cosas de la tierra, que no disponemos de tiempo para mirar al cielo... Se nos van las horas escuchando a los hombres; y no nos queda tiempo para escuchar a Dios ... Leemos la no-

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