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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 135 ministran la verdad evangélica a través de la predicación y del magisterio. La palabra de Cristo es luz de cielo que se derrama so– bre las mentes y aclara las cosas. Con ella no es posible el engaño. Ella arranca las caretas y disfraces de engañosas apariencias, que a tantos han embaucado. ¡Qué vanales apa– recen a esta luz las riquezas, los placeres y los ho~ores! ¡Qué absurda la preocupación agobiante por la comida, el vestido, la casa, cuando El nos habla de la amorosa provi– dencia del Padre Celestial sobre sus hijos del mundo! ... ¡Qué noticias tan inauditas nos ofrece en el Sermón de la Montaña, revalorizando cosas de valor inmenso, desprecia– das en el criterio del mundo y de las pasiones! Cristo llama "bienaventurados" a los que el mundo con– sidera como unos pobres desgraciados. "Bienaventurados los pobres de espíritu... , los mansos ... , los que lloran... , los que tienen hambre y sed de justicia... , los misericordio– sos ... , los limpios de corazón... , los pacíficos ... , los que pa– decen persecución por causa de la justicia". Desconcertante para el mundo loco, y aun, si queréis, para la humana inteligencia; pero verdad innegable, por– que es Dios quien nos la transmite. Y Cristo sigue diciendo: "Bienaventurados seréis cuando os odien los hombres, y os maldigan y os persigan, y digan, mintiendo, todo mal contra vosotros, y por el Hijo del hombre... Alegraos en ese día y regocijaos, porque os aseguro que será muy gran– de vuestra recompensa en el cielo". (Mateo V, 11-13). Sobre estas sensacionales declaraciones de Cristo, que derraman torrentes de luz sobre cosas incomprensibles pa– ra los hombres, dice un piadoso autor: "Doctrina celestial, admirable, incógnita. ¿Quién, que no fuese Cristo, hubiera encontrado un modo tan nuevo y tan profundo de dar solución al arduo problema de la felici– dad humana, que tanto ha dado que pensar a los filósofos y que penar a los pueblos? Y si lo hubiera hallado, quién se hubiera atrevido a proponerlo? Y dado que lo hubiera propuesto, ¿quién lo hubiera creído, y, sobre todo, quién lo hubiera practicado?" Pero hay algo quizá todavía más desconcertante. El Di– vino Maestro, como temeroso de que el auditorio no le ha– ya entendido sus extrañas declaraciones, les da, como quien

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