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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 127 rente, y pronto os convenceréis. La bala de algodón sube, y el platillo de la bola de plomo baja. El valor de las cosas del mundo no podemos juzgarlo por apariencias, ni menos por criterios pasionales. Si quere– mos saber su verdadero peso e importancia, sometámoslo a esa balanza de la inteligencia, de la razón. Ella nos des– engañará, a despecho de las apariencias en contra. Un comerciante encarga a un niño de cinco años, hijo suyo que, examinando todos los artículos de su tienda, les vaya poniendo las etiquetas con el precio justo y convenien– te. "Una manifiesta locura"-, me diréis. Ese niño, que aún no ha llegado al uso de la razón, desconoce en absoluto el valor real de cada cosa. Lo mismo podría poner a un ar– tículo un precio exorbitante, que a otro un precio irrisorio, muy por bajo de su valor... Y, no obstante, este manifiesto absurdo lo estamos co– metiendo nosotros a cada paso en la vida; no precisamente con artículos de mercado, sino con cosas materiales de va– lor exiguo y con cosas espirituales de valor inmenso. Esto hacemos cuando, en vez de encargar a la razón el trabajo y responsabilidad de colocarles la etiqueta, trasladamos este encargo a la pasión ciega o al mundo loco. Lo que puede ocurrir ahí, cualquiera lo adivina... Las divisas monetarias cambian de cotización a cada paso en el mercado internacional. Lo que no cambia es el valor moral de cada cosa. Es algo permanente, que es ne– cesario descubrir para saber a qué atenernos. Para eso nos ha dado Dios la inteligencia. El no hacer uso de ella en la vida es de mentecatos. El no utilizarla en relación con nues– tros destinos eternos, representa un suicidio ... Hay un adagio andaluz que dice: "El mundo es un fan– dango; y el que no lo baila es un tonto". Este tomar una cosa tan seria como la vida, con la fri– volidad y ligereza con que se toma un baile, me da escalo– fríos. Parece mentira que un ser racional pueda pensar de esa manera y, encima, erija en principio eso de que es un tonto el que no se aprovecha de ese baile y le saca todo el jugo de placer que pueda llevar dentro. Naturalmente que el que, en vez de hacer uso de la in– teligencia al tomar decisiones en su vida, atiende sólo al dictado de las pasiones o a las máximas del mundo, no po– drá ver nunca las cosas como son, sino como se las pre-
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