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124 P. DAVID DE LA CALZADA Los ascetas de todos los tiempos nos han prevenido con– tra los fascinadores en[Jaños del mun:lo. Nos han advertido de que promete muchas cosas, y no da cumplida satisfac– ción ni felicidad en ninguna. Pero, además, en contra de esas fascinaciones engañ03as, tenemos la luz de la expe– riencia de tantos que vivieron antes que nosotros, y nos transmitieron las enseñanzas de sus desengaños. ¡Cuántos reyes que a la hora de la muerte deseaban no haber reinado sobre un trono, sino haber sido unos humil– des hermanos legos de un convento!. .. ¡Cuántos epicúreo":, ;;e asquearon de placeres y, no aguantando aquella de animalitos, desesperados, se dispararon un tiro en la sien! ¡Cuántos multimillonarios se convencieron de que lrn; millones no podían realizar en la tierra su sueño de felicidad, y, dec;pués de haber amon– tonado tanto, se vieron despojados de todo por una muerte imprevista! ¡Cuántos, levantados sobre el pedestal de la gloria por multitude', un dfo ebrias c'e entusiasmo, se vie– ron hundidos más tarde en la deshonra, la persecución o el desprecio, por culpa de la humana volubilidad, que un día aplaude, y otro pide la muerte de sus ídolos! ... Se ha llamado a la historia "maestra de la vida". Eso debiera ser para nosotros, y llevaríamos mucho adelantado. Comenzaríamos a recorrer el camino de la vida con el ba– gaje de la ciencia y experiencia de todos nuestros anteceso– res, que recorrieron el camino antes que nosotros. Tenien– do esto en cuenta, sería bastante difícil que nadie ni nada nos pudieran engañar. - Pero, increíblemente, estúpidamente, rechazamos las en– señanzas de la historia y las aleccionadoras experiencias de los otros hombres, que antes que nosotros tuvieron que en– fn:ntarse con los mismos problemas. No nos fiamos de ellos. Queremos hacer la experiencia por nosotros mismos; y vie– nen los engaños y los desengaños, el tejer y el destejer, pe– ro con desgarros del corazón. Y lo curioso es que no nos solemos convencer al primer fracaso, y nos ponemos en ocasión de recibir el segundo, el tercero, el centésimo y el milésimo. Hasta que los multipli– cados desengaños nos hacen entrar en razón, cuando quizá ya es demasiado tarde. Por algo se ha dicho que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma pie– dra... No dos; mil veces es capaz de tropezar el hombre,
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