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CAPITULO XI CRITERIOS PARA LA ACERTADA VALORACION DE LAS COSAS (I) Después de habernos ocupado en anteriores capítulos de algunos principios orientadores en la búsqueda del autén– tico valor de las cosas, vamos a ocuparnos en este de algu– nos criterios que Dios ha puesto a nuestro alcance para con– seguir esa justa valoración. Sea el primero, la experiencia de la humanidad. Antes de venir nosotros a la existencia, el hombre, in– quilino del mundo, venía ya viviendo hacía muchos siglos en este su dorado destierro. Y hoy tenemos que decir que infinidad de generaciones y millones y millones de hom– bres, dotados de tanta o más inteligencia que nosotros, han arrastrado por el mundo sus alegrías, éxitos, preocupacio– nes, tristezas, fracasos y desengaños ... Al contacto con las cosas, las personas y los sucesos, fueron adquiriendo un enorme caudal de experiencia, que sería insensato no apro– vechar nosotros. Hay cosas atrayentes, fascinadoras en el mundo, que to– dos nos sentimos inclinados a desear con toda la vehemen- • cia de nuestro corazón. Pongamos, por ejemplo, las rique– zas, que tantas cosas pueden proporcionarnos. Añadámos– les la gloria, los honores y los placeres. ¡Cuánto han soñado siempre los hombres en estos fascinadores juguetes! La amarga experiencia de millones de hombres, mima– dos de la vida, que vivieron antes que nosotros, nos asegu– ra, quizá con lágrimas o sangre, que en ninguna de esas cosas se encuentra la felicidad; que todo se resuelve en vanidad y aflicción de espíritu... Aun muchos de los que hoy viven y con nosotros se cru– zan por la calle, y que nadan en dinero, en honores y en placeres, cuando nos descorren el velo de su intimidad, ve– mos horrorizados en toda su crudeza la insatisfacción y amargura de sus almas, creadas para cosas mejores. ¿ Quién hay en el mundo que esté contento con su suerte? Hoy se vive en España mejor que nunca; ¿y no nos estamos que– jando a cada paso?

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