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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 121 Ante las razones expuestas por el lobo, el león, inge– nuo, le absolvió. -¡Que pase la zorra! Y la zorra compareció en juicio delante del rey de la selva. -Responde; ¿por qué comiste el gallo de aquel monas– terio? La zorra contestó con una zorrería: Pensé que hacía un favor a los religiosos. Casi siempre había algún enfer– mo en el monasterio, y el importuno gallo no le dejaba dor– mir. 1\1:e dio pena, y sólo por caridad me decidí a librar a los frailes de aquella tortura. No le pareció mala la excusa al león, y absolvió a la zorra al momento. -¡Que comparezca el burro! -Y con un caminar lento y cansino el burro compareció ante el juez. -Tengo muchas denuncias contra ti. Se te acusa de ha– ber comido mil veces yerba de la heredad del vecino de tu dueño. ¿Tienes alguna excusa contra estas acusaciones? El pobre jumentillo, menos marrullero, y más corto de entendimiento que el lobo y que la zorra, bajó humilde– mente las orejas, y no se le ocurrió nada que aducir en de– fensa propia. Y así, la granujería de la zorra y el lobo fue– ron absueltas por el león, mientras que la ingenuidad y simpleza del burro fueron condenadas a una paliza desco– munal. He aquí el reflejo exacto de tantas y tantas injusticias de la tierra. Pero precisamente, porque estas o parecidas aberraciones pueden ocurrir, y ocurren con frecuencia en los juicios humanos, se hace necesario que existan un juez y un juicio en los que reine la justicia para poner las cosas en su punto. Juicio en el que se dé a cada uno lo que se merece, y se premie al justo y se castigue al pecador. Y ese juicio, aunque tú lo tengas olvidado, aunque lo tomes a broma, aunque no creas en él, aunque te lo imagi– nes más benigno, existirá por duplicado; el juicio particu– lar en el mismo día de tu muerte, y el universal, al final de los siglos. Toma nota, porque la cosa es seria y anda en juego nada menos que la eternidad. Una cosa te deseo con toda mi alma: Que tu vida vaya tan ajustada a los divinos Mandamientos, que tengas enton-