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CON FLORES A MARÍA 57 fué su muerte. Ya la Virgen le había noti– ficado el día y hora de su partida de este suelo, y ella misma prometió ser la compa– ñera de tan importante viaje. Así fué, en efecto. La hora de emprender la marcha era mientras los religiosos canta– ban en el coro. Como estaba enfermo, había quedado uno para asistirle , y mientras él no necesitaba algún servicio, el enfermero se retiraba a la ventana para hacer oración. Ocupado en este santo ejercicio, notó que el enfermo hablaba con alguien, y quiso volver su cabeza para ver qué era aquello; pero le fué imposible, por más que lo inten– tara repetidas veces . Al fin , le obligó a decir la verdad al sencillo Fray Juan , y éste le contestó que , definitivamente, habían acor– dado que la Virgen vendría por él al día siguiente, a las seis de la mañana. La perso– na con quien acababa de hablar era la mis– ma Reina del Cielo, quien se le había apare– cido entre un numeroso coro de Vírgenes... Se preparó Fray Juan con un fervor ex– traordinario, y tal como fué la promesa , a las seis del día siguiente , la Virgen Santísi– ma recibió en sus manos de Madre la ino– cente alma de ·su devoto y se lo llevó al Pa– raíso. Oración final, etc. , corr>o todos los d fas , pág. 19 .

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