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48 DÍA 8 trina!. Tuvo esto lugar en Francia y en la forma que vamos a narrar. En la famosísima Universidad de París, La Sorbona, se celebraba una de esas dis– cusiones, destinadas a poner en claro esta doctrina. Doscientos doctores la impugnarían, y contra los doscientos, se presentaría a luchar el humilde hijo de San Francisco, antes men– cionado: Escoto. Mientras los demás habla– ban y se preparaban, el sencíllo frailecito paseaba solo por aquellos claustros, rezan– do y pidiendo a la Virgen el éxito de sus fervorosos trabajos. Al pasar por delante de una imagen de María, se encomendó a Ella con estas palabras: - Dígnate ayudar– me, Virgen sagrada; dame fortaleza contra todos tus enemigos. Y la imagen de piedra inclinó milagrosamente su cabeza en señal de que estaría a su lado para sostenerle. Así fué. A la hora convenida, se llenó el aula, y los doctores, uno en pos de otro, leyeron sus doscientos argumentos en contra. Cuan– do terminaron de hablar, se levantó el hu– mildísimo Juan Duns Escoto. Con caridad, pero con un vigor doctrinal irresistible, re– pitió y desbarató uno por uno los doscien-
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