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262 LOS FRANCISCANOS CAPUCHINOS EN VENEZUELA la manutención de cada religioso "según la distancia y parajes donde se hallan las lfissiones" y encareció el pago puntual de los dichos misioneros, cabo y escolta; todo» en virtud de Cédulas expedidas en Segovia el 29 de marzo (le 1716, la una para la Audiencia y la otra pa- ra D. Francisco de Meneses Bravo de Saravia, Presidente, obedecidas y mandadas cumplir el 30 de enero de 1717. Después, por Real Cédula de 21 de mayo de 1723, ordenó S. M. recoger la referida de marzo de 1716 y dió nueva organización al pago de los auxilios ordenados en ella; y con vista de esto, se adjudicaron "trecientos pesos al año a cada vno. de los Misioneros de la Religión de Santo Domingo de la misión que esta en la jurisdisión de Barinas, y Pedraza, para su manutención, y la de sus escoltas". No debieron, sin embargo, crearse éstas en seguida, pues uno o (los años después de la última Cédula, padeció martirio por falta de ella el P. Miguel Flórez de Ocáriz, de quien ya hablé en nota aparte (1). Entre trabajos y dificultades inauditas continuaron sin desaliento los Dominicos su labor apostólica: luchando con la lejanía inmensa de Santafé, de donde habla que traer los misioneros; haciendo frente (1) En el pueblo llamado Zancudo tuvo lugar entre 1724 y 1725 la muerte del virtuoso misionero dominico Fr. Miguel Flórez de Ocáriz. Había tomado el hábito en Santafé y profesado en Tunja el 23 de marzo de 1697. Fundadas las Misiones de Barinas y Apure, pidió al Superior lo destinase a ellas, quizá con el secreto anhelo de perecer en la predi- cación de la doctrina católica. El Superior accedió a su deseo y le des- tinó al pueblo (le Zancudo, situado en la jurisdicción de la Villa de San Cristóbal. Llegado a él, "su actividad no se hizo esperar, y acompa- ñándose de algunos neoconversos recorrió en todas direcciones aque- llas montañas, donde jamás habla penetrado hombre civilizado. Gran número (le aquellos selváticos habitantes abandonaron las bre- ñas para morar en sociedad...."; mas como el deber del misionero le llevaba a reprender la perversión (le los indios, inclinados a "la poligamia, la embriaguez y a muchos otros vicios del mismo género", pronto se vió perseguido por ellos, que aspiraban a volver a las mon- tañas. En cierta ocasión le prendieron los indios, beodos, con ánimo (le matarle; y (lice la declaración juramentada de Gregorio Bonilla, Alcalde ordinario de San Cristóbal en 1724, dada en 1750: "Poniéndo- lo a caballo y para sacarlo a matar a la montaña, y llevándolo permi- tió Dios se le zafase el freno a la bestia en que iba y picando atropelló la turba de indios y huyó hasta entrarse en su casa, donde con varias invenciones de orinas fingidas y otros aterrores, atemorizó a los ni- dios, y se vino a esta villa (San Cristóbal) lo cual procedió por el ano de mil setecientos veinte y cuatro y que hallándose el que declara di- cho año de Alcalde Ordinario de esta villa y viendo que el dicho Padre intentaba volverse solo, le proveyó doce hombres, los cuales fueron y le acompañaron y que pareciéndole al dicho Padre estaba ya seguro, los remitió y luego que los indios le vieron solo lo mataron en su mis- ma casa". Otros testigos confirmaron la declaración anterior. Si domi- nicos fueron, pues, los primeros mártires que hicieron los indios (le la costa oriental de Venezuela, fué dominica también la primera sangre cristiana que se derramó por la predicación del Evangelio en las ma- jestuosas y desoladas llanuras de Apure y de Barinas.
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