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jante a un murmullo de río caudaloso. Una multitud de hombres y mujeres se encamina a la playa. En medio de ellos se ve a Jesús Nazareno que avanza sereno y ma– jestuoso; mas aquellas gentes se agolpan de tal manera en torno de El. que apenas le dejan andar. Era una espléndida mañana. El lago permanecía tranquilo y brillante como un espejo de plata retratando las plantas y los caseríos de los contornos. Jesús llegaba a la playa, dirigiendo sus miradas a los pescadores que lavaban sus redes, tendiendo luego sus ojos a la lejanía, como absorto en profundos pensamientos. Tras El venía la turba atraída por la fama de sus prodigios, que le seguía para verle y oírle. Por fin llegó a la orilla del lago hasta tocar el agua con sus sandalias. Allí' estaban dos barcas: la de Pedro y la de Zebedeo. Los pescadores seguían lavando sus re– des; pero, al llegar Jesús, pusieron en El los ojos como esperando órdenes. Jesús subió a la barca de Pedro y le rogó que la apartase un poco de la orilla hacia dentro del lago. Habi:éndolo hecho Pedro, Jesús se sentó, las espaldas vueltas al lago, y mirando a la multitud que se hallaba en la playa, comenzó a dirigirles una plática con la sencillez y sublimidad de siempre. Los oyentes no se cansaban de escuchar sus palabras. Terminada la plática, se vuelve a Simón Pedro y le da este encargo: -- Boga mar adentro y echad vuestras redes para pescar. Simón, desilusionado, teniendo muy presente el fra– caso sufrido en toda la noche, replica a Jesús: - Maestro, toda la noche hemos estado trabajando y no hemos pescado nada; mas porque tú lo dices echa– ré la red. Simón Pedro fiado en la palabra de Jesús, su Maestro, echa las manos a los remos, va bogando lago adentro hasta llegar al lugar de fondo y echa la red. Esta cae 95

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