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lo por su placidez, sino por la influencia benéfica del Na– zareno. Un hormiguero de gente se había reunido en torno de la casa. Cafarnaúm en pleno se agolpaba a la puerta. Multitud de enfermos en sus camillas o en brazos de fa– mili~res o amigos eran presentados ante el joven Tau– maturgo. Jesús iba poniendo sus manos sobre cada uno de aquellos desgraciados y todos quedaban libres de su mal. Estas palabras de Isaías tenían entonces su cumplimiento. -- El tomó nuestras enfermedadC's y cargó con nut's– tras dolencias. Juntamente con los enfermos le presentaron muchos poseídos del demonio. Al mandato de Jesús, los demonios sallan de los posesos dando gritos y diciendo: iTú eres e! Hijo de Dios! El revuelo de la gente era incontenible. Una atmós– fefa sobrenatural envolvía a todos y corrió la voz de que Jesús era el Mesías. Jesús en camb10 rep1imía aquel en– tusiasmo y les mandaba callar las maravillas por El obra– das. La noche avanzaba plena de prodigios. La multitud en grupos se iba disolviendo. Unos tras otros se fueron a sus casas comentando los sucesos. Vino el alba con sus luces. Jesús buscó la soledad casta y amable del campo para expansionar su corazón con el Padre en oración fervorosa. En aquella paz fue sorprendido por Simón y sm; amigos, que, al notar su ausrncia. fueron en su busca. Llegando a El le dijeron: -- Maestro, todo el mundo te ancla. buscando. Mas Jesús quería disfrutar de aquella paz del lugar solitario. Era su deseo verse libre del bullicio alzado en Cafarnaúm. Por eso. les contestó: Vamos a las aldeas y ciudades vecinas a predicar también en ellas, porque para esto 111: vc>nido. Jesús seguía predicando por las sinagogas, obrando PfOdigios. conquistando las almas para el reino de Dios. 92
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