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- El Joven Profeta de Galilea que obró en Caná el mi– lagro ele la conversión del agua en vino, ha regresado de su viaje a Jerusalén. lNo po~ría él venir aquí a curar al enfermo? Me han afirmado que se halla de nuevo en caná. -- Pues yo iré al momento --- exclama el reyezuelo -– Y le rogaré que venga a mi casa a curar a mi hijo. Espero que atenderá a mi ruego. Sin más, ensilla su caballo, monta en él y a galope ten– dido, parte para Caná, abie_rta su alma a la esperanza. En pocas horas recorre los treinta kilómetros que hay entre Caná y Cafarnaúm. Llegando allá, pregunta por el Nazare– no, se entrevista con El, le cuenta su desgracia y con lá– grimas en los ojos, le piega diciendo: -- Señor, ven a curar a mi hijo que está a punto de morir. Jesús vio aquel hombre; midió el dolor que hacía pre– sa en su corazón; pero, al mismo tiempo que reconoció el pesar de su alma, se dio cuenta de que la fe en su Divina Persona era en él algún tanto vacilante. Aquel buen padre quería algo espectacular. Esperaba que el Nazareno reali– zase la curación del hijo en su casa, y esto se divulgase pronto entre sus parientes y conocidos. Sólo con este pro– digio ruidoso creería en Jesús. Por eso Jesús amablemente, le dirigió este reproche: Vosotros si no veis señales y prodigios no creéis. Mas el dolorido pa~e tiene la idea obsesionante de su hijo. Piensa que de un momento a otro puede morir. Así transido de pena, insiste en su súplica. Le parece que el Taumaturgo necesita ir a su casa, ver al enfermo y hasta tocarle. Todo esto le hace repetir su ruego con estas pala– bras apremiantes: --- Ven, Señor, antes que muera mi hijo. Jesús desea avivar la fe de aquel hombre; pero no va a su casa. Quiere hacerle ver que su poder no está limitado por el tiempo ni por el espacio. El lo mismo obra en pre- 86
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