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ró a Jesús con mirada de fe y de adoración. Una alondra se remontaba al cielo cantando. Unos hombres llegaban de la ciudad vecina. La samaritana dejó en el borde del pozo su cántaro y a toda prisa se dirigió a Sicar. Jesús la siguió con la mirada. Aquellos hombres eran sus discípulos. Se extrañaron de ver a su Maestro hablando con una mujer; pero na– da le dijeron de ello. Mostrándole las vianda~ traídas, le invitaron a tomarlas: - Maestro, come. Jesús, mirando a la lejanía, parecía absorto en otras ideas, y respondió a su invitación: - Yo tengo otra comida que vosotros no sabéis. Los discípulos, m\rándose unos a otros, preguntaban entre sí a ver si alguien le había traído de comer. Tal vez la mujer samaritana. Mas Jesús añadió a lo dicho: - Mi comida es hacer la voluntacl de Aquel que me en- vió y acabar su obra. Tras, esto, aludiendo al proverbio popular, les hace ver cómo en cuatro meses se va haciendo la mies. Les muestra los t,rigales que comienzan a amarillear, anunciando la proximidad de la siega. El contempla otra mies en su campo. Es la mies de las almas, que con rapidez llega a madurar. De esta míes espiritual ya se están recogiendo las gavillas: la samaritana y sus paisanos. Mientras Jesús con sus discípulos reposa, habla y re– pone sus fuerzas a la vera del pozo, la mujer samaritana ha llegado corriendo a Sicar. En llegando, comienza a de– cir en altas voces a cuantos encuentra por las calles: 1 - Venid y ved a un hombre que me ha dicho cuanto he hecho. iA ver si no es el Mesías! Pronto un grupo de samaritanos llegan al pozo don– de está Jesús con sus discípulos y entusiasmados con lo que les ha dicho aquella mujer, le ruegan que se quede 83
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