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vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. --- Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que co– nocemos, porque la salud viene de los judíos pero ya lle– ga la hora, y ésta es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre busca. Dios es espíritu y los que le adoran, han de adorarle en espíritu y en verdad. Jesús anuncia una nueva forma de adorar al Señor. Los samaritanos pensaban que la adoración debía hacer– se en el monte Garizim, el que señalaba la mujer mien– tras hablaba a Jesús. Los judíos afirmaban que era ne– cesario ir al Templo de Jerusalén para tributar culto a Yavhé. Pero la práctica de la verdadera religión es el ren– dimiento de nuestra alma a Dios y esto se puede hacer en todas partes: en el monte, en el campo, en el mar, porque el mundo es un templo que tiene por bóveda el firmamento. Dios es nuestro Padre al que podemos ha– blar siempre y se complace en ver a sus hijos rindiéndole adoración. El no está circunscrito a ningún lugar. Lle– na el cielo y la tierra con su inmensidad, y basta un sus– pi.ro del corazón para que nos entienda. La samaritana va dándose cuenta de la alteza de los pensamientos de Jesús y ya le tiene por Profeta. Esto le recuerda al Mesías esperado en todo Israel, el cual re– solverá todos los conflictos que hay en el pueblo de Dios. Por eso le dice: - Yo sé que el Mesías, el que es llamado el Cristo, está para venir, y cuando venga nos hará ver todas las cosas. Jesús, sin aguardar más. dirigiéndole una mirada honda y penetrante, se le revela, diciendo: - Ese soy Yo, el que habla contigo. Hubo nn momento de silencio. La mujer también mi- 82

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