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tro: nacer por la gracia a una vida sobrenatural, divina. Pero el viejo rabino, aunque inteligente, y comprendiendo que no era un nacimiento. material de lo que Jesús habla– ba, no sabe elevarse lo bastant8 para ver en sus palabras una alusión a algo completamente espiritual. Con fina ironía, deseoso de ur.a nueva explicación del Rabí de Na– zaret, insiste en preguntar: - ¿cómo 1medl" el hombre nacer siendo viejo? ¿Acas-0 puede entrar en el seno de su madre y volver a nacer? Jesús comprende sus intenciones, y vuelve a la misma idea del nuevo nacimiento, aunque diciéndole en concreto algo que es ciertamente espi,ritual. -- En verdad, en verdad te digo que quien no naciere del agua y del Espíritu no puede entrar en el reino de los cielos. Lo que nace de la carne, carne es; pero lo que nace del Espíritu, es espíritu. En estas palabras, Jesús abiertamente habla al viejo rabino de dos clases de nacimientos. El de la carne y el del espíritu. A estos dos nacimientos corresponden dos vidas: la corporal y la espiritual. El nacimiento de la vida espiritual es obra del Espíritu de Dios, que se realizará en el Bautismo anunciado por ·el Bautista. La noche seguía su curso, mientras hablaban el joven Rabí de Galilea y el viejo doctor de la Ley. Los dos, a los ,rayos de la luz lunar, ofrecían sin igual contraste. Jesús conservaba la frescura de su juventud y ostentaba su bar– ba y cabellos de color de miel. Nicodemo mostraba mul– titud de arrugas y en su barba y cabellera brillaba la nieve de la ancianidad. A los ojos de Jesús se asomaba todo un mundo de ensoñación y de esperanza. En la mi– rada de Nicodemo aparecía el cansancio, el tedio, la de– cepción, el vacío. Jesús rep,resentaba la nueva vida que venía del cielo. Nicodemo, la vida terrena que languide– cía. Jesús era la eternidad inmutable. Nicodemo, el tiempo caduco. Siguiendo el diálogo en la noche plácida, sentían la 77
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