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era un exaltado. Les parecía una locura hablar así. Nin– gún hombre por hábil que sea puede levantar una casa en tres días. i Cuánto menos un edificio tan grandioso como su Templo! «Es un loco», pensaban, y respondieron con sonrisa irónica: - Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este Templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero Jesús no hablaba de aquel templo de piedra. Ellos no lo entendieron; porque no se fijaron en el gesto con que Jesús acompañó a sus palabras ni se percataron que la ruina y la reedificación podía aplicarse a muerte vio– lenta y a la vuelta a la vida. Los discípulos también quedaron sorprendidos ante la respuesta de Jesús. aunque no perdieron en El su fe. Sólo después de que resucitó el Maestro penetraron en el sen– tido de aquellas palabras que pueden traducirse de esta manera: Destruid el templo de 1ni cuerpo entregándome a la muerte, y yo reedificaré lo destruido por vosotros. Re– sucitaré al tercer día. La expulsión de los mercaderes y cambistas del Tem– plo. con otros hechos milagrosos suscitó la admiración del pueblo. Las turbas seguían y aclamaban al Nazareno. Pero Jesús que penetraba el fondo de sus corazones, se daba cuenta de su volubilidad e inconstancia. Por otra parte, las autoridades religiosas comenzaron a mirarle con recelo. La entrevista en el Templo vino a ser como una declara– ción de guerra. Unos pocos días después de la Pascua, Jesús con sus discípulos partió de Jerusalén en busca de campos mejor dispuestos para su siembra evangélica. 74
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