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misma casa fue negado por su apóstol Pedro. Cantó el gallo. Pedro se acordó de la predicción del Maestro. Pasó Jesús cerca de él; le dirigió una mirada de ternura inmen– sa, y Pedro herido de dolor, salió fuera y lloró amargamen– te su cobardía. Al ser de día compareció Jesús ante el Sanedrín, con– sejo de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y los ancianos del pueblo, quienes le condenaron a muerte y lo entregaron al Gobernador Romano Poncio Pilatos, a fin de que confirmara la sentencia. Hacia las nueve de la mañana, Jesús, maniatado, fue conducido al Pretorio por los esbi,rros. Era el Pretorio una gran sala que había en el palacio de Pilatos. Tenía un vestíbulo y una puerta de ingreso. Ante él, fuera del edi– ficio había una gran plaza, donde se reunía la multitud para ver al Pretor, puesto en una especie de balcón o pla– taforma con antepecho. Los acusadores sentían esc,rúpulos de entrar en el Pretorio, pues creían que con su entrada en aquel lugar pagano quedaban contaminados. Mientras era introduci– do en el Pretorio, ellos se quedaron en la plaza, en don– de se había reunido una multitud de curiosos. Desde el antepecho del balcón preguntó Pilatos a los jefes del Saned 1 rin: - ¿Qué acusación traéis contra este hombre? - Si no fuera malhechor, no te lo traeríamos. -Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley. - A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. A este diálogo siguió una lluvia de insultos contra Jesús, y una multitud de manos se alzaban amenazantes. Pilatos se retiró de la vista del pueblo y entró en el Pretorio para 1 hablar con Jesús a solas. Estando frente a frente Jesús y Pilatos, Jesús más bien parecía el Juez y Pilatos el reo. El Pretor pregunta al Nazareno: -- ¿Eres tú rey de los Judíos? 223

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