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- Si yo os he lavado los pies siendo vuestro Señor y Maestro, también vosotros habéis de lavaros los pies unos a otros. Ejemplo os he dado, para que hagáis también vos– otros como yo he hecho. Pero el Corazón de Jesús siente clavada una espina que le aflige en gran manera. En su rostro se refleja la turbación de su espíritu. Necesita desahogarse. Por eso manífiesta el dolor que le oprime, prorrumpiendo en es– ta queja: - En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me ha entregar. Los discípulos se ll½ran unos a otros, conturbados, perplejos, medrosos. Hay un momento de silencio. Mas no pueden contenerse. Quieren saber quién ha de ser el que está dispuesto a cometer tan horrible felonía. Por eso van preguntando: - ¿seré yo por ventura, Señor? Jesús insiste de nuevo en anunciar la traición, dicien– do abiertamente: - Es uno de los doce, que mete conmigo la mano en el plato, ése me entregará. Mas, iay de él! Más le valiera no haber nacido. Estas palabras eran como el último si.lbo amoroso del buen Pastor que quería salvar a aquella oveja descarria– da; pero el corazón del traidor Judas estaba cerrado al llamamiento de la gracia como si fuera de bronce. Con horrible descaro pregunta también para disimular: • 1 - <.Soy yo por ventura, Maestro? Jesús le descubre, diciéndole en secreto: - Tú lo dices. Eres tú mismo. Pedro estaba inquieto. Quería saber a todo trance quién era el traidor. En tanto Juan se había reclinado so– bre el pecho de Jesús; Pedro le hace señas para que le pre– gunte al Maestro por el discípulo que le había de entre– gar. Juan arrimándose más a Jesús, le dice: - ¿Quién es, Señor? 212

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