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gentes. Sobre todo, la resurrección de Lázaro había deja– do al pueblo conmovido, electrizado. Gritos <:le júbilo resonaban por doquier. Muchos su– bían a lm, árboles, cortaban ramos ae olivo, de palmera o de 8frayán, los blandían al viento en señal de triunfo y los tendían al suelo, juntamente con los mantos y con la túnica exterior de la cual algunos llegaban a despojar– se. Con todo hacían algo asi como alfombra que cubría el camino por donde pasaba Jesús. Se cantaban himnos y salmos. Y entre los gritos y los cánticos se formaba un inmenso clamoreo que llenaba el espacio. Resonaban sobre todo estas voces: -- iHosanna! iHosanna al Hijo de David! iBendito el que viene en el nombre del Señor! iPaz en el cielo y gloria en las alturas! Habían acudido allí algunos fariseos, y oyendo aque– llos cánticos y gritos, sentían grande indignación y hasta recelaban que los pretorianos que hacían la guardia to– maran represalias. Por eso muy serios y graves se acercan a Jesús para decirle: - Maestro, ~eprende y haz callar a tus discí,pulos. Pero aquél era el día del triunfo de Jesús y nadie po– día arrebatárselo. Al menos por un día había de apare– cer ante el pueblo como lo que era: su verdadero Rey. Por eso les contesta: - Os digo que si ellos callasen, gritarían hasta las piedras. Iban bajando el Monte de los Olivos hacia el torrente Cedrón. Los cánticos y los gritos de júbilo continuaban resonando en el aire puro de la mañana. A despecho de 1 . 1 os fanseos, se repetían una y otra vez los vítores: - iliosanna al Hijo de David! iBendito el que viene en el nombre del Señor! Llegaron a un recodo del camino. Desde allí se con– templaba la Ciudad Santa, bañada por los rayos del sol matutino, fulgir en todo su esplendor y belleza. Las to- 201
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