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manos un vaso de alabast,ro en forma ele ánfora. Dentro de él se contenía un perfume el más precioso hecho de esencia de nardo, importado de Oriente. Se acercó María al diván donde comía Jesús; rompió el gollete del vaso, y sobre la cabeza y los pies del N2.za – reno derramó toda la libra del ungüento riquísimo con-– tenido en el vaso. Los cabellos, los vestidos, el lecho de Jesús y hasta el mismo suelo quedaron imp,regnados del perfume. Derra– mado el ungüento, soltó su ·cabellera y con ella enjugó los pies de Jesús. Toda la casa quedó saturada del olor del nardo. Los comensales quedaron todos maravillados de perfume tan exquisito. No era esto raro en los banquetes de Oriente. Con fre– cuencia en las moradas de los ricos, el ama de la casa solía verter esencia de rosas sobre los cabellos y túnicas de los convidados. Pero aquel perfume era extraordinario, costoso, riquísimo. Algunos de los presentes miraban aque– llo como una prodigalidad, un despilfarro propio de una mujer liviana. Miradas malintencionadas se fijaban en ella. Sobre todo Judas que guardaba la bolsa de los após– toles, quedó con aquello escandalizado. Según él, era en gran mane_ra extraño que Jesús permitiese aquello, sien– do Maestro de la pobreza y amigo de los pobres. Le pa– recía que claudicaba de su ideal. Por eso comenzó a mur– murar, diciendo: - i Qué despilfarro! ¿por qué este ungüento no se vendió en trescientos denarios para darlo a los pobres?· La ruindad de su corazón era lo que le hacía hablar así. lQué le importaban a él los pobres? Lo que quería era el dinero para llenar su bolsa y robar a mansalva cuanto pudiera. 1 Con las palabras de Judas cundió en algunos el mal ejemplo. Ya miraban también ellos con torvos ojos aquella 198

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