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desvivía por atenderle; Ma.ría puesta a sus pies conversab~ con El escuchando sus palabras de vida eterna. Hacía poco que Lázaro había resucitado a la voz del Maestro amigo. Esto no hizo sino aumentar el odio de los judíos que ya maquinaban contra El la muerte. En me– dio de las asechanzas que le tramaban y de las redes que le estaban tendiendo, la estancia de Betania era para El un respiro en aquella atmósfera cargada de envidia, de encono y crueldad que abrigaban los corazones mezquinos de sus adversarios. La llegada de Jesús a Betania fue pronto conocida por sus íntimos. Aunque el gozo de verle se sentia tur– bado por los recelos de que fuera víctima de sus enemi– gos. Esto no fue obstáculo para que le prepararan un banquete, a fin de darle una muestra de una amistad sincera. El banquete se había de celebrar en casa de Simón el leproso, llamado así porque tal vez lo había sido y Je– sús lo había curado. Era un hombre rico y generoso. Se dispuso a honrar a Jesús con todo el regalo y abundancia que su casa le permitía. Entre los <!onvidados figuraban muchos amigos de la ciudad que no sólo habían venido a ver a Jesús, sino tam– bién a Lázaro, el cual después de resucitar, era objeto de admiración de todos los conocidos. Los discípulos de Je– sús también se hallaban entre los comensales. Marta se hallaba presente, aunque no figuraba entre los convidados, sino que se hallaba empleada en servir las viandas y escanciar los vinos. María al principio· no aparece en escena. Ya estaban los comensales acomodados en sus diva– nes, según costumbre de entonces en los banquetes, con los rostros hacia el centro y los pies hacia fuera. Se co– mía, se bebía y comenzaba entre los convidados la ani– mación, el charloteo, las rísas. Inesperadamente se presenta María llevando en sus 197
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