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queréis oirlo otra vez? ¿Es que queréis haceros discí;pu– los suyos? Estas palabras fueron para ellos como espadas que se clavaron en sus ca.razones, levantando en su interior to– do un torrente de ira y de indignación. Por sus bocas sa– lió toda una lluvia de injurias: iMaldito seas! Sé tú disdpulo suyo. Nosotros lo so– mos de Moisés, a quien Dios habló; mas és,te no sabemos de dónde viene. El mendigo no desea sino quitarles la máscara de su hipocresía. Les quiere hacer ver cómo están tan ciegos que no quieren reconocer lo que es tan claro como la luz del sol. En su ceguedad demuestran no tener ni siquiera sentido común. --- Eso es de maravillar - .. les dice -- que vosotros no sepáis de dónde viene, habiéndome a mí abierto los ojos. Sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si uno es piadoso y hace su voluntad, a ése le escucha. Jamás se oyó decir que nadie haya abierto los ojos a un ciego de na– cimiento. Si éste no fuera de Dios, no podría hacer nada. La cólera no pudo contenerse por más tiempo en aquellos corazones mezquinos. Según ellos, las palabras del mendigo llegaban a la insolencia. Se veían desenmas– carados. Resultaba evidente que Jesús era un hombre de Dios. Sus obras maravillosas no podían negarse. Pero, desesperados, como los ladrones que no quieren ver la luz para entregarse más fácilmente a sus latr~inios, arreme– ten contra aquel joven que pone en evidencia el poder y la bondad del Nazareno. Por eso le llenan de injurias, le arrojan de la sinagoga, y queda excomulgado. Entre tanto le 1 dicen: -- Eres todo pecado desde que naciste, ¿y vienes a en– señarnos? Vete de aquí. El ciego curado iba por la calle un tanto triste y pen– sativo. Estaba excomulgado por defender a su bienhechor; 181
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