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y al retirarsr ellos a sus casas, Jesús se dirigía al Monte de los Olivos. Allí, en el silencio nocturno, guarecido en una tienda hecha de ramas, de olivos y palmeras, se en– tregaba a oración fervorosa. Los días de la fiesta de los Tabe,rnáculos estaban para terminar. Rayaba el alba. Las trompetas de plata del Tem– plo dieron sus tres toques. La vida humana recobraba su ritmo. Las calles de Jerusalén comenzaban a llenarse de gente. Jesús dejó el Monte de los Olivos y se dLrigió al Templo. Pronto corrió la noticia del paso del Nazareno y se vio luego rodeado de la turba. Entrado que hubo en el templo, se sentó en uno de los bancos o poyos de piedra que había a lo largo de los pórticos, y alli sentado comenzó su acos– tumbrada plática. La turba le oía con atención, ansiosa de penetrar en la sublimidad de su doctrina. De repente gritos de hombres vienen a interrumpirle. Un nutrido grupo de escribas y fariseos se le acerca tra– yendo a empellones a una pobre mujer que traía descom– puestos sus vestidos y revueltos sus cabellos. La turba se abre paso y deja que aquellos hombres se presenten ante Jesús poniendo a la mujer en medio. Uno de ellos habla por todos y propone a Jesús esta cuestión en gran manera delicada, peligrosa. en cuya solución creían ellos que iba a caer en el lazo: - Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagran– te delito de adulterio. Moisés en la Ley nos ordenó ape– drear a las tales: tú ¿qué dices a esto? La pobre adúltera temblaba de vergüenza y confusión. Los escriba.') y fariseos sonreían maliciosamente, pen– sando que Jesús no tenía escapatoria. Que contestase de una manera o de otra, había de ser cogido en la red. Si perdonaba a la adúltera, se declaraba contra la 'Ley de Moisés y esto era ser mal israelita. Si la condenaba 174
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