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VISLUMBRE DE GLORIA Era el atardecer de un día estival. Jesús después de un largo viaje en el que empleó varios días, llegaba por los ásperos caminos de Galilea a la falda del monte Ta– bor. El campo estaba reseco. En medio del cielo azul brillaba el sol recalentando la planicie. El Tabor se alza como una fortaleza al Nordeste de la llanura de Esdrelón, cerca de Naím, desde donde apa– rece como. un enorme hemisferio. En cambio, visto desde lejos semeja un cono truncado que se recorta en el azul cobalto del cielo. Desde su cima se contempla un extenso panorama. Es como el rey de los montes de Palestina. Desde él se divisa, al Norte, en la lejanía, el Hennón co– ronado de nieve; al Sur los montes de Gelboé; al Este la serranía de Galad y al Occidente el Ca¡melo. También se ofrecen allí a la vista las colinas de Samaria, la cinta plateada del Jordán, la lira azul de Genesaret y los cam– pos de Esdrelón que muestran los rastrojos de las mieses segadas y el matiz verdinegro de los viñedos. Al llegar Jesús al Tabor tomó consigo a sus tres ínti– mos discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Los demás se quedaron al pie del monte. El Maestro con sus acompa– ñantes emp,rendió la subida con paso lento y conversación de confidencia. 168
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