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- iTú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo! La frase de Pedro resonó en el aire puro de la flo– resta como un mensaje' del cielo. Jesús entonces miró a Pedro .con mirada de aproba– ción y complacencia. No sólo le confesaba Mesías, sino Hijo de Dios. Aquel rasgo era digno de recompensa. Es una verdadera dicha sentir la revelación del cielo y se– guirla dócilmente. Esto es lo que manifiesta Jesús, di– ciéndole: - Bienaventurado tú, Simón hijo de Juan, porque no es la carne ni la sangre quien te ha revelado esto, sino mi Padre que está en el cielo. Pero Pedro no sólo merece el premio de la gloria por secundar la obra de la gracia. El ha de desempeñar un puesto importante en el reino de Cristo. Cuando Jesús hablaba, se erguía dominador el templo de Augusto con sus columnas de mármol. El reino espiritual que El venía a fundar en la tierra había de ser un grandioso edificio. para el cual se necesitaba un buen fundamento, una só– lida columna. Esto era Pedro. Por eso Jesús añadió a lo cticho: - Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no preva– lecerán contra ella. 'El edificio espiritual de la Iglesia de Cristo tendrá también sus llaves pa,ra abrir y cerrar. Estas llaves esta– rán igualmente en manos de Pedro. Se lo manifiesta Je– sús en estas palabras que le dirige a continuación: - Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuan– to atares en la tierra, será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra, será desatado en los cielos. Al escuchar Pedro las palabras del Maestro queda muelo de asombro. Tal vez no entendiera todo el alcance de ellas; pero sabía que algo grande se le anunciaba. La confesión de Pedro y la solemne promesa de Jesús es un punto culminante en la vida de Cristo. 165

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