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amor y ternura. Acaso vio en ellos alguna sombra de va– cilación o de duda, por esto les dirigió esta frase que in– dica la angustia de su alma: - ¿Queréis iros también vosotros? Pedro contestó por todos con resolución y firmeza: -- Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vi- da eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que eres el Cristo, el Hijo de Dios. Estas palabras resonaron en el alma del Maestro co– mo un soplo de céfiro perfumado. Su co¡azón tuvo un respiro; mas aun entre los doce divisaba el Maestro una nube sombría. Entre los elegidos había un diablo. iMisterio incomprensible! Muchos hombres, aunque ven la luz, wefieren las tinieblas. Mas no importa que al– gunos rechacen el mensaje de Jesús y que hasta uno de sus apóstoles le traicione. Las palabras de Pedro irán re– sonando de siglo en siglo por toda la tierra dando aliento a un sinnúmero de almas. Jesús tiene palabras de vida eterna. Esto las alienta y las conforta. Cuando veamos que muchos, envueltos en sombras de muerte, se alejan del Nazareno, hay que saber volverse a El para decirle: - Señor, la quién iremos? Tú tienes palabras de vi– da eterna. Tú eres nuestro Dios y Señor. 157

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