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un arado, una puerta o ventana. Al fin, regresaba a su patria; no se sabía por qué motivo. Acaso decepcionado, dejaría su vida andariega para volver de nuevo. a abpr su carpintería y recomenzar su vida de trabajo. Mejor le estaría esto concluían -- que no andar recorriendo los campos de Galilea como. un vagabundo. Jesús, en efecto, se hallaba en Nazaret. Salió una ma– ñana de Cafarnaúm, cruzó la llanura de Genesaret, subió un pequeño monte. pasó por Caná y llegó a casa de su Madre. Al entrar en Nazaret se agolparon en su mente mil recuerdos de su infancia y adolescencia. Cada árbol, ca– da :ruente, cada sendero, cada flor le hablaban de aque– llos años felices en que gozaba del remanso de aquella casita. A sus ojos se ofrecía la misma campiña con sus mieses y viñedos; las mismas casas cúbicas y blancas; las mismas calles empedradas; la misma fuente adonde El iba por agua; los mismos zarzales en las lindes de los huertos, en donde cantaban y anidaban los pajap.llos; los mismos sicómoros e higueras que mostraban su fruto y su sombra; la misma sinagoga que El visitaba los sába– dos en compañía de José, el carpintero. El también era el mismo: los mismos ojos dulces brillaban en su rostro; la misma voz salia de su garganta. Sin embargo venía P{ecedido de gran fama. Ya no era un simple artesano. smo un Rabí admirado por toda Galilea. Los nazareta– nos le miraban, no obstante, con recelo y no sabían qué pensar de EL Esperaban algún prodigio, algún discurso, alguna manifestación de su poder taumatúrgico. Preci– samente el día siguiente a su llegada a Nazaret era sá– bado; pensaban que fuera a la sinagoga, se encargase 1 de la lectura de los libros santos y predicase como lo ha- cía en otras sinagogas. Amaneció el sábado trayendo consigo un mar de agi– taciones. Todo era movimiento por las calles aquella ma– ñana serena y plácida. Llegó la hora de la entrada en la 144
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