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RECHAZAD<) DE LOS f-UYOS Gran inquietud y efervescencia se notaba en Nazaret en aquel día. Los hombres hablaban con misterio; cuchi– cheabim las mujeres en los atrios de las casas; corrían los chiquillos y observaban a los alrededores de cie_rta vi– vienda. Hasta los traficantes y buhoneros hacían sus co– mentarios. Jesús había regresado a su patria chica y se hallaba en casa de María, su Madre. Hacía dos años que había salido de allí con rumbo desconocido; pero después co– rpó la noticia de sus andares por toda Galilea. Se sabían los milagros que había realizado, los enfermos que por El habían recobrado la salud, y hasta pasaban de boca en boca algunas de las frases que pronunciaba en las pláti– cas que dirigía a las turbas. Era tenido por un Rabí que adoctrinaba a muchos discípulos; por un Profeta cuyas palabras flotaban en el oído de sus oyentes como enigmas; por un Taumaturgo que curaba todas las dolencias humanas y hasta resuci– taba los muertos. Pero los nazaretanos veían con mucho disgusto que todas aquellas cosas que se contaban de El, hubieran te– nido lugar lejos de su pueblo, al que no se acercaba ni por asomo. Para ellos era un sencillo carpinte,ro, al cual mu– chos le habían hecho sus encargos: un mueble, un yugo, 143
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