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- Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz. Estas palabras 1esonaron en el alma de aquella mujer como un canto del cielo. Jairo que las oyó y fue testigo de aquel milagro se reanimó y abrió su corazón a la espe– ranza; pero su fe tenia que ser probada. Todavía Jesús estaba hablando y despedía aquella mujer, cuando se acer– có uno de los criados de Jairo para decir a su señor: - Tu hija ha muerto, ¿por qué molestar al Maestro? La noticia cayó como un rayo en el corazón de Jairo. Esperaba la curación de su hija. Una vez muerta, no se atrevía a pedir más. Jesús penetra en el alma de aquel– hombre desgarrado por el dolor, y su divino Corazón le impulsa a realizar un prodigio ni pedido ni esperado. Por eso, dirige a Jairo estas consoladoras palabras: -- No temas; cree tan sólo y tu hija vivirá. Según iban acercándose a la casa de Jairo, comenza– ron a oirse lúgrubes lamentos. Las plañideras y los toca-. dores de flautas :fúnebres habían acudido al duelo y una gran multitud se había reunido en torno de la casa. Aque– llo e,ra un espectáculo en gran manera conmovedor. Jesús llega entre aquellos alborotos, gritos, lloros y cantos lastimeros. Pero El, dulcemente sereno, se vuelve a los que lloraban y plañían y dice con la mayor naturali– dad: - ¿A qué ese alboroto y ese llanto? La niña no ha muerto, sino que está dormida. Un murmullo de risas y mofas se oyó en to 1 rno. Todos se burlaban del Nazareno, porque sabían que la niña esta– ba bien muerta. Mas para Jesús aun la muerte es dulce sueño. El sin hacer caso, mandó salir a todos y entró en la sala mor– tuoria con solos los padres de la niña y acompañado de Pedro, Santiago y Juan. Tendida estaba la niña en su lecho como un lirio tron– chado y marchito. Su rostro y sus manos aparecían casi tan blancos como sus vestidos. 141
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