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desecc ardientemente su salud. El nos encarga que te di– gamos de su parte: l\:Ii siervo yace en casa paralítico y padece horribles dolores. A continuación daban razones para que Jesús aten– diera a su ruego y le decían con insistencia: Es digno de que le otorgues esto; pues quiere bien a nuestro pueblo y él nos edificó la sinagoga. Jesús ya conocía aquella sinagoga, donde había en– trado muchas veces y había predicado al pueblo. La bon– dad del centurión le llegaba al alma. Su corazón se sentía conquistado, y por eso al punto respondió: ; Iré yo y lo curaré. Sin detenerse se puso en camino de la casa del Ofi– cial Romano. Le acompañaban sus discípulos y otros mu– chos que habían oído su predicación. El centurión se hallaba a la cabecera de su siervo en– fermo. Oyó el murmullo que formaba la turba que acom– pañaba a Jesús. Miró pol la ventana y le dio un vuelco el corazón. El Nazareno se encaminaba a su casa. Entonces mismo, el anciano amigo llega a toda prisa para darle esta noticia: iEnhorabuena! El Nazareno ha dicho: «Iré yo y le curaréll. Pero el centurión teme que Jesús se contamine legal– mente entrando en su casa. Por eso por medio de amigos despacha un recado de que vayan y le digan de su parte estas palabras: Señor, no te molestes; yo no soy digno de que en– tres bajo mi techo, por lo cual ni siquiera me atreví a presentarme delante de ti; mas di una sola palabra y mi siervo quedará curado. Jesús estaba para entrar en su casa. El centurión sale corriendo y a la puerta, le repite el canto de su fe y de su humildad: Señor, yo no soy digno... 123
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