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sible. La mise1icordia era considerada por los gentiles co– mo una debilidad, una cobardía, algo indigno del hombre. «La misericordia •- decía Séneca --- es un vicio del áni– mo». Pero Jesús la eleva a la alteza de virtud sublime que será el distintivo de sus verdaderos discípulos. La voz de Jesús se hace más tierna e insinuante al decir: Bienaventurados los limpios ele corazón, porque ellos verán a Dios. PUfo es el aire matinal desprovisto de miasmas y de polvo; pura, el agua clara que brota de la roca de una montaña; pura, la flor que abre su cáliz en el sonreír del alba; pura, la luz que vierten en la noche las estrellas. Es– ta pureza ha de tener el alma para ver a Dios. Pero el mundo arroja en los corazones muchas inmundicias que ciegan la mente. Hay que purificarse de todo ese lodo. Dios busca almas puras para su compañía, a fin de que puedan un día anegarse en la visión de su rostro sobe– rano. Suavemente se desliza de los labios de Jesús esta estrofa de su divino poema: -- Bienaventurados los pacíficos, porque ellos serán llamados hijos <le Dios. La paz es lo que trajo Jesús a la tierra, según can– taron los ángeles en su nacimiento. La paz irradiaba por doquier, y la paz buscaba en los corazones de los que querían hacer hijos de Dios. Paz con Dios, paz con los hombres, paz con la propia conciencia limpia de pecados, paz que sea un reflejo de la que reina en el cielo, morada de paz. Jesús pronuncia el final acorde de las bienaventuran– zas, diciendo: - Bienaventurados los que padeCt:"u persecución por la justicia, porque suyo es el reino ele los cielos. Esto es el colmo de la felicidad del nuevo reino de Dios. Los que tras sus huellas van dejando un reguero de 119
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