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SINFONIA DEL REINO DE DIOS Era una apacible mañana. Jesús había pasado la no– che en la cima de un monte entregado a la oración. A la salida del sol se reunieron en torno de El sus discípulos entre los que escogió sus doce apóstoles. Bajaba por la ladera que miraba al lado, cuando he aquí que se oyó el murmullo de la turba que de nuevo bus– caba al Nazareno. Sus divinos atractivos tenían como elec– trizadas a aquellas gentes, y una vez más querían verle y es– cucharle. Aquella multitud abigarrada y multicolor proce– dente de varias regiones de Palestina estaba formada por hombres de distintas clases sociales: labriegos, pescado– res, arrieros, viandantes, industriales y mercaderes. Sobre– salían los pobres, los sencillos jornaleros, y sobre todos, los enfermos. Estos a todo trance querían tocar al Nazareno, pues corrió la voz de que salía de El una virtud que sana– ba a todos. Descendiendo por la falda del monte se encontró Je– sús con aquellas gentes en un rellano que formaba un ameno vallecillo. El suelo se veía alfombrado de césped esmaltado de lirios silvestres. A los lados, matas de ar– bustos ostentaban su verdor y su sombra. En sus ramas preludiaban los pájaros sus gorjeos matinales. Después de curar las dolencias de todos los enfermos 116

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