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camilla y con ella al hombro iba por las calles de la ciu– dad, como quien va a una fiesta. La gente que le veía pa– sar, quedaba perpleja y hasta muchos se mostraban es– candalizados por aquello que ellos llamaban profanación del día del Señor. Se llegaron a él con tono airado y amenazante: - Repara que es sábado. No te es lícito llevar la camilla. Pero el curado, en el desborde de su alegria, no se acobarda por aquellos escrúpulos ni hace caso de las re– convenciones que le hacen en nombre de la Ley. Justi– fica su conducta, diciendo: -- El que me ha curado me ha dicho: «Toma tu ca– milla y anda». Pero aquellos legistas se indignan ante la salida de aquel curado y le preguntan alzando la mano en actitud de represalia: - ¿y quién es ese hombre que te ha dicho: «CogP tu camilla y anda»? El curado ignora quién fuera su bienhechor y tuvo que responder: No lo sé. Le perdí de vista entre la multitud que había en los pórticos de la piscina de Betzata. La ira arde en los corazones de aquellos homb,res es– clavos de la Ley, y se dibuja en sus rostros. Quizá en– traron en sospechas de que podría ser Jesús de Naza– ret, y pensamientos siniestros se alzaron en sus mentes mezquinas. Poco después el curado se fue al templo. Sin duda debía de querer dar gracias a Dios por el prodigio obrado por aquel hombre desconocido. Allí lo encontró Jesús. Ya que había curado su cuerpo, quiso también curar su alma. Por eso le invitó a dejar los vicios causa de su enfermedad. - Mira - le dice - que has sido curado; 110 vuelvas a pecar 110 te suceda algo peor. Aquel hombre reconociendo en Jesús a su bienhechor, 110

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