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agua; puesto que había una tradición, según la cual, de cuando en cuando bajaba allí un ángel del Señor, agitaba el agua, y el primero que allí fuera introducido después del movimiento. del agua. quedaba sano de cualquier enfer– medad que le aquejase. Había allí un pobre enfermo que daba lástima verle. Tendido sobre su camilla y cubierto con una vieja manta. yacía sin poder moverse. Hacía treinta y ocho años que se hallaba enfermo. Parece ser que el vicio impuro le ha– bía dominado hasta que el exceso de los placeres le dejó paralitico. Mas he aquí que pasa el Nazareno. Nadie repara en El, aunque en su rostro se irradia algo indefinible. Di– ríase que e.ra una compasión inmensa para con todas las miserias humanas. Se · acerca a aquel pobre enfermo' tiende a él sus ojos amorosos; le ve acostado en su cami– lla; se da cuenta de su larga enfermedad, y deseando pro– porcionarle algún consuelo. le pregunta: - ¿Quieres ser curado? El enfermo le mira también a El. Se da cuenta de su bondad por la expresión de su rostro. Acaso piensa que puede ayudarle a bajar a la piscina y con voz sumi– sa, le dice confidencialmente: - Señor, no .tengo a nadie que al moverse el agua me meta en la piscina. y mientras yo voy, baja otro antes de mí. Entonces viene lo inesperado para el enfermo. Je– sús le da la salud sin pedírsela él. Dulcemente sereno, le dice como quien da una suave o¡den de mando: - Levántate, toma Ja camilla y anda. El enfermo cree en la palabra de aquel desconocido que sabe conquistar su corazón, y al instante se levanta completamente sano. Quiere dar gracias a su bienhechor; pero Jesús había desaparecido entre la muchedumbre de enfermos y de los parientes y amigos que los visitaban. El enfermo curado no cabía en sí de gozo. Tomó su 109
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