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duras. Sobre las mesas y divanes se veían p€beteros con perfumes y búcaros de llores. Ya estaban los comensales recostados en sus divanes, cuando dio comienzo la comida. Según costumbre oriental, las puertas se hallaban abiertas, para que los curiosos pudieran entrar libremen– te. A la entrada de la sala, como negra nube,' se veían a los escribas y fariseos. Estaban horriblemente escandali– zados y no querían pasar adelante. La conducta amable, de Jesús, según ellos, era algo así como una procovación, pues hablaba con los pecadores y comía en su compañía. Ellos, los pu,ros, esclavos ele la Ley, no querían trato alguno con gente semejante. Huían de todos los hom– bres que ellos consideraban como pecadores, porque no se sometían a los formulismos de sus tradiciones. Sin poder contener el asombro, se acercan por detrás a los discípu– los de Jesús para decirles con aire de mistepo y ad~ miración: - · lQué estáis haciendo? lPor qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores vosotros y vuestro Maestro? Hubo un murmullo entre los comensales. Las pala– bras de los escribas y fariseos eran comentadas. Jesús es– taba atento a todo. Para dar razón de su conducta tomó la palabra y contestó con este.s frases que vienen a ser como un himno de la bondad de su corazón: - No tienl'n nee<'sidad de médico Jos sanos, sino los enfermos. Luego recordándoles unas palabras de Oseas, quiere hacerles ver que ha llegado ya el tiempo de la misericor– dia de Dios, y así añade a lo dicho: ·- Id y aprended qué significa: «Prefiero la misericor– dia al sacrificio». No he venido a llamar a los justos. sino a los pecadores. Los escribas y :fariseos, al oir las palabras de Jesús. se dieron media vuelta y salieron de la sala murmurando 105

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