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cabiendo en si de gozo, quisiera mezclarse entre la turba y a grandes voces publicar su curación. Pero Jesús se lo prohibe. Tan sólo le hace fa recomendación de que cumpla lo que está ordenado en la Ley, y así le dice: - Mira no lo cuentes a nadie; mas vete, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda por tu euraeión, según lo ordenado por 1\-foisés, a fin de que te sirva de testimonio. No obstante lo ordenado por Jesús, el leproso curado no hizo caso. La alegría desbordante que inundaba su al– ma, no le permitía guardar silencio. Tenía que expansionar su corazón y por eso comenzó a divulgar el milagro por todas partes. Todo esto cont1ibuía a extender la fama del Joven Taumaturgo. Las turbas se sentían cada vez más conmo– vidas. En vista del entusiasmo y revuelo popular, Jesús temía entrar en Cafarnaúm. Buscaba la paz y el reposo para su espíritu y se retiró a lugares solitarios. En la soledad entregó su alma a la oración. En aquel ambiente de silencio y de calma, puesto en contacto con el mundo sobrenatural, su corazón latía tranquilo, recobraba su dicha. Ausente Jesús, la gente se calmó. En esta calma, apro– vechando Jesús la obseuridad de la noche regresó a Ca– farnaúm, se dirigió al b~rrio de los pescadores y entró en la casa de Pedro. Pronto corrió la noticia de su regreso. La casa de Pedro se vio luego invadida de los muchos que buscaban al Na– zareno: querían verle, oir sus palabras, sentir la influen– cia benéfica de su presencia amable. Los que no podían en~rar en la casa, quedaban en las afueras y se conten– taban con oir sus palabras. Hablaba Jesús, y su voz era escuchada con ansiedad. Se percibía en el patio, en la calle; y era más grata para sus oyentes que el sonido de las cítaras o cantos litúrgicos. 1rira tal el gentío que se arremolinaba en torno de la casa, 100
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