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88 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía tenerse en algtín punto con la tínica mira de que le adelanten una buena propina y se largue de allí. No faltan tampoco ocasiones en que defrauda y regatea al forastero lo necesario a la vida a cambio de algún impor– tante regalo con que él es compensado. En fin, un verdadero y vil tnífiro a expensas del pobre viajero el cual, por consecuencia, ha de sufrir no– table retraf:.o en su viaje, y con peligro a veces de no poder llenar su cometido. Seguíamos aJelante en nuestro viaje y burla burlando tocamos en la tarde del se[;undo día de camino con las puertas de una aldea llamada Aba Ciaroma. Hicimos alto y fuimos a posar en casa ele un «Angiar», o sea doméstiro del obispo hereje ~alama. No hallamos en casa más que a su mujer que, a juzgar por las muestras de regocijo que hacía, la ligaban vínculos de amistad íntima y no muy santa con mi Kalatie. Conceptúen mis lectores la espinoca situación en que sin dar cuenta me encontré. Huyendo del peligro, venía a dar de ojos en la boca del lobo. Pero Dios me libr(J de sus garras; porque acerca de mi persona no se originó la mús mínima sospecha, debido quizá a mis precauciones; con todo, debo mani– festar que 110 las tenía todas conmigo, y fué para mí aquella noche de las 1mís penos,1s de mi vida. Como preludio de borrasca fm; la conYersación que muy pronto trabaron entre sí los de casa con mi Kalatie. y a nadie dejaron con vestido sano; pero de quienes hicieron más chacota fut'.: dP– Mons. De Jacobis y de Abuna Messias. No sé como me detuve y 110 les confllndí allí mismo; mas por evitar mayores males y porque echaba por tierra todos mis proyectos en pro de la Misión callé; pero en mi corazón me hervía de coraje la sangre al ver la refinada hipocresía de aquellos falsarios que tan a mansalva conculcaban la honra y buen nombre de quienes tantos favores habían recibido. Hasta de su señor y amo, el obis– po Sal ama. dijeron tal número y calidad de disparates, que muchas veces me hicieron sonrojar de vergüenza. Pasó todo aquello, pero de mi memo– ría no pasará jamás el triste recuerdo de aquella penosa morada. 7. Paso del Talwzci !! entrada en el Semién.-EI quinto día de viaje arribamos a las orillas del río Takazé, cuyo cauce, pobre en agua, lo pasamos con facilidad, y al punto comenzamos la alta subida del Semién, que son las 1mís eleYadas montañas de toda la Abisinia. Aparecían a nue::;tra vista blanqueadas sus crestas al parecer con una gruesa capa dt· nieYe: pero al acercarnos vimos claramente que no era nieve, sino gran– de::; masas de granizo, que allí suele raer en abundancia. Leyendo ciertas descripciones topogrüficas y climatológicas de aquellos países, no pude menos de quedar extrañado al ver como se desfiguran las cosas y se narran los sucesos. Se hacía en esas relaciones con gran lujo de imágenes viveza de colorido pinturas magníficas de aquel suelo. representando c11mbres de las montañas. alfo111br:1das de blanquí;;ima nieve, que cual delicioso manto cubría sus cubezas durante casi todo el año. Nada más fabu. En aquellas montañas no cae j:1111üs nieve y ni aun en toda la Abi– sinia se conoce ese e:-lemento, digan lo que quieran los sofiadores de esas vi\·as y fantásticas descripciones. La exµerie:-ncir 1 ele muchos mios en aque– llas tierras me muestra palpablemente que lo qne hacía con frecuencia blanquear las montañas de la Abisinia, no era otra cosa que grandt's ca-
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