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86 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Eticpía nada podía mostrar por temor de descubrir mi incógnito, µero allá para mis adentros, cuán gratos recuerdos se agolpaban a mi mente al pasar por aquellos µaíses, donde no mucho antes me había encontrado en situa– ción bien diferente. A mi paso por Gualá hube de privarme de preguntar por muchas cosas y personas conocidas. a fin de no engendrar la más remota sospecha de mi persona, por más que en mi interior lo iba recor– dando todo corno el día que sucedió. Así pasarnos el día hasta que llega– rnos a casa de un amigo de Arnarie-Kenftí, pidiendo audiencia. El rey Ubié estaba esperando mi visita por momentos, así que, avisado, al punto me recibió, aunque a hora desusada, por temor a importunas sospechas y perjudiciales indagaciones. 4. Visita al rey Ubié.-Aun no rayaba el alba los tules del firma– mento, y ya entraba yo en el gabinete particular del rey para conversar con él. Palabras de saludo y atenciones de níbrica fueron mi primer paso; luego le entregué la carta de recomendación de Amarie-Kenfú, que el rey leyó sonriente. --¿No temíais ser cogido préso? -me dijo luego con amable sonrisa --No, majestad --le contesté. --Ayer tarde, al recibir el aviso de la llegada de un forastero, que pedía audiencia, vínome a las mientes todo cuanto ahora estlí pasando. Habéis adivinado mi pensamiento al presentaros así de incóg:nito. Sabed que yo os estimo de corazón. Nada temáis. Diórne, además, satisfacción por haber firmado mi destierro, diciendo ser todo una injusta trama del infortunado Salama, y me entretuvo en amigable conversación un buen rato. Os prometo -me dijo-que nadie os molestar{1. Daré órdenes a todos los gobernadores y alcaides de los países por donde habéis de pasar, a fin de que os protejan y reciban como a un en– viado del rey. Esta misma tarde, o cuando sea de vuestro agrado, partiréis, acom– pafiado de un guía y salvoconducto seguro. Por fin, le ofrecí como pe– queiío tri~iuto de costumbre. un paquete de finísima seda, que, si bien no era un rico tesoro, allí valdría como unos cien escudos, y me despedí. quedando sumamente complacido de la amabilidad y finas atenciones del rey Ubié. Ni paró aquí su delicadeza, sino que aun me envió a casa una suculenta comida con que pude obsequiar a mis compaiíeros y sirvientes. Partí. por fin, en dirección a Gondar, procurando durante el camino con– servar el carácter de incógnito, a pesar de la importunidad de mi guía. que de cuando en cwrndo me molestaba con preguntas muy poco agrada– bles. Una vez se atrevió a preguntarme sin ambages ni rodeos por mi condición. --¿Quién sois vos? --me dijo. ---Yo soy un explorador --le contesté---, que me dirijo ahora a Gon- dar; me llamo Antonio. -;Conocéis a Aburrn MesL1s? --Sí, le conozco ---respondí con aire de indiferencia---. ¿Por qué le habéis expulsado de la Abisinia? -- He ahí -me dijo, encogiéndose de hombros--; de todo cuanto se
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