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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 8,5 se pusieron en guardia, a fin de cortar el paso hacia el centro a todo eu– ropeo, y los musulmanes con la mira material e interesada de monopoli– zar el comercio en sus manos, atizaban ese rencoroso fuego, desacredi– tando a los europeos e influyendo hondamente en el ánimo de las autori– dades con ese único fin. No me quedaba, pues, otro partido que desistir, o arriesgarme, em– prendiendo de incógnito y contra viento y marea mi proyectado viaje al corazón de la Abisinia. Resolví por fin lo segundo, a pesar de las difi– cultades del camino y los cuidados por la Misión de Aden, que me traía en penas. Consulté el asunto con lvfons. De Jacobis, pero ojalá no lo hu– biera hecho, porque se me alarmó en extremo, diciéndome ser un pro– yecto descabellado y temerario, que me exponía al peligro inminente de la vida, del cual sería responsable ante mi conciencia; en fin, toJas las razones humanas se conjuraban, al pareL:er, contra mí resolución. En tan crítica situación, me recogí en mi cuarto y, escuchando nada más que la voz de lo alto, que me impulsaba a llevar adelante mi proyecto, resolví, finalmente, partir a ocultas, sin despedirme de nadie que me pudiera poner obstáculo a la partida. Encargué en secreto a mi confident¡~ el presbítero Aba Ennatu me preparase lo necesario para el viaje a la Abi– sinia ocultando el nombre del viajero y, cuando esto no fuera posible, dijera que era un tal D. Antonio (mi segundo nombre 'ie pila) sin otra ulterior explicw:ión. Yo en público fingía disponerme para n°gresar a Aden, pero aviado ya todo, emprendí sin despedirme de otro que de mi socio el hermano Fr. Pascual, mi viaje a través de la Abisinia. 2. f:.ntreuistcz con Amarie-Kenfú.--He aquí al Sr. D. Antonio en traje de incógnito, atravesando el vasto país de Abisinia. Trabajos y pe– nalidades en esta mi singular odisea no escasearon; pero debo confesar que la mano de Dios guió siempre mis pasos y me condujo sano y salvo a la meta de mis vivos anhelos. Sigamos apuntando los rasgos mús sa– lientes de este mi apostólico viaje. Al cuarto día de carr,ino subí a la cima del Taranta, y levanté mi tienda para reposar. Había en aquellas cerca– nías un rico católico, amigo íntimo del rey Ubie, llamado An1cít"ie-Kenftí. Le mandé aviso por el presbítero Ennatu, y al punto se me presentó. -¿Qué os parece - le dije será prudente presentarme en persona, aunque de incógnito al rey Ubié? -- Es precisamente esa -- me contestó--- la única manera de compl:•– cerle. curando la llaga que en su corazón dejó abierta la firma injusta y violenta de vuestro destierro. - -Otro favor os pido, y es que me concedáis una recomendación por escrito ante el rey Ubié. -Reposad tranquilo --me dijo-- descuidad, que yo me encargo de cuanto os sea preciso. En efecto. a la mavor brevedad envió uno de sus sirvientes con una suculenta comida p,ira mL que agradecí; redactó cartas de recomenda– ción para sus amigus. y nos despedimos dejúndome por guía una persona íntima amiga suya. pero ignorante de mi calidad de incógnito. 3. Campamento del re!J U/Jié.--Cmninaba yo por tierras africanas cual caballero andante en busc; de aventuras, si bien en mi corazún lle– '\niba lnrto distintas miras y muy diferentes pensamientos. Externamente

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