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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 83 --- lli. Monseñor De Jacobis después de la ccnsagración.-Reves– tido Mons. De Jacobis de la dignidad episcopal, dió pruebas tan eviden– tes del profundo conocimiento que tenía de la grandeza de su alto cargo, que escuchándole, hubo momentos de quedarme sobrecogido por las gran– des responsabilidades que sobre mis hombros pesaba. He ahí -decía para mí- el origen de oposición tan persistente a la dignidad episcopal. En su concepto, el cargo episcopal es inseparable de una pureza más que angélica y de una santidad de vida del todo endiosada y empapada en la práctica de las más altas virtudes. No es extraño, pues, que ese con– cepto tan sublime de las cualidades que en sí entraña el cargo eµiscopal, le detuviera. temiendo su responsabilidad. No obstante. ahora se hallaba rnnfiado en la poderosa ayuda divim. El Espíritu Santo se le había mos– trado pródigo en extremo en aquella dichosa ocasión de su consagrnción sagrada, cuando externamente no había más que pobreza y escasez. ¡Con qué distintos raseros se miden las ceremonias sagradas y las prc– fanas! En éstas todo lo llena el lujo y aparato exterior, desprovisto ::n realidad del elemento de vida y de espíritu de humildad cristiana; en aquéllas, en cambio, no reina müs que ese espíritu de piedad y de devo– ción que invade todos los corazones, levantándolos hacia el cielo. 21111 cuando en lo exterior no se vea mús que pobreza y necesidad. ¡Cuün grandes aparecen siempre las funciones litúrgicas sagradas a la luz de ese espíritu de fe miradas, ora se realicen en las grandes basílicas. ora en las estrechas y oscuras catacumbas. San Pedro de Roma y la misera– ble capilla de Massawah tienen en esto muy estrecho parecido. 17. Un ataque de artritis.-En mi último viaje a Aden, comencé a sentir cierto dolorcillo en la base de la columna vertebral. que si bien no era impedimento para el total desernpefío de mis deberes, no dejaba de molestarme, y principalmente me traía perplejo y en penas por los resul– tados que en lo venidero pudiera acarrearme. Pues semejantes dolores suelen ser síntomas de graves enfermedades que paralizm1, a lo menos en parte, la vida humana. Es verdad que la vida agitada que constante– mente llevaba y las inquietudes que al presente me envolvían, eran müs que suficientes para explicar eH1 viva alteración de la naturaleza: pr.ro me inq11ietaba por otra parte el temor y la sospecha de que la miz estu– viera mús honda y la llevara ya en germen; pues recuerdo que mi difunto padre padeció también de esa enfermedad. Pensé acudir a tiempo y cor– tar el nrnl de raiz; pero hasta ahí llegaba el abandono de aquellos pue– blos que en todo Massawah no había m{,dico para un remedio. Un simple flebotomiano o practicante era el único galeno que allí morah:i. Consulté con t;l y recetó unas ventosas. que me dejaron casi como estaba. 18. Una cura rara, pero ejicaz.---Con el vivo deseo de librarme enteramente y pronto de esa dolencia, que podía acarrearme una parálisis e impedirme totalmente el desempeño de mi apostolado, me decidí a em– prender una cura radical usando de los remedios que tenía a mi alcance en aquellas tierras, y que por mi experiencia en los aí'ios que había hecho de capellún en los hospitales de mi patria, debía ser de eficncia. El pri– mer remedio a que acudí fué el de la aplicación de sanguijuelas. Llamé a un abisinio de mi confianza, le dí instrucciones acerca del modo de cogerlas y conservarlas, y le prometí pagürselas a escudo por cada cen-

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