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82 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopia ellos mismos en tan vil negocio. Eso, eso es lo que han hecho los repre– sentantes de las naciones de Europa en la Abisinia. No fué tarda Abisi– nia en aprender las lecciones que de tan artera diplomacia le estaba dan– do la civilizadora Europa. En mis treinta y cinco afios de residencia en aquellos países tuve noticia de muchas leyes y decretos sobre la repre– sión de ese infame comercio, pero cumplidos no ví ninguno. Porque aque– llos mismos gobiernos que a viva fuerza y por complacer a algunas bue– nas e importunas personas daban esos decretos, al día siguiente, si se ofrecía ocasión, mandaban a sus agentes al mercado público a recaudar impuestos sobre esos contratos; y lo que es peor, ellos mismos vendían públicamente los prisioneros de guerra o que por otro título habían hecho, o los cambiaban vilmente por otros. LI-. La ruina de Abisinia. ~Hoy en día todo el litoral del Africa Oriental hasta el cabo Guardafuí está enteramente en poder de Turquía y de Egipto. Y Abisinia, acreedora más que ellas a la civilización euro– pea y al respeto a su autonomía, húllase abandonada enteramente y a merced de la cimitarra turca con serias disensiones internas en su políti– ca de partidos que la despedazan y desangran. Privada de los dos facto– res de la vida nacional: el principio religioso y el orden social camina a grandes pasos a su total ruína. La herejía y la propaganda musulmana sofocaron en germen la idea religiosa, y el orden social sin religión es una quimera, y degenera siempre en un brutal despotismo, que sin freno ni medida embrutece y descompone a aquellas miserables poblaciones. 15. Nuestro regreso a Massawa/z.-Reanudando el hilo de nues– tra narración, decimos que el huracán devastador de aquellas ciudades de que veníamos haciendo historia había ya pasado. El ejército abisinio es incapaz de sostener brgas campafias de guerra por escasez de apro– visionamiento, y no puede abastecerse porque carece en absoluto de medios para ello. Consta en su mayoría de menesterosos y desheredados de la fortuna, y como por otra parte el Gobierno se niega a avituallarlo por la cortedad de fondos de que dispone. su mantenimiento, si dura mu– cho la campaña, se hace imposible. Los breves días que están en pie de guerra se entregan al robo y al pillaje, único medio de vida en tan apu– rados trances. Y en las regiones centrales todavía lo pasan menos mal, porque encuentran donde hacer presa, pero en el resto perecen de nece– sidad. Así que las campafias militares son para ellos cuestión irreparable de vida o muerte. No les queda otra partida: o arremeten con todo, aplastando al enemigo, o abandonan el campo. retiründose a sus casas. Así sucedió. en efecto, en la presente ocasión. Después de los desastres de que dimos cuenta. sin recursos con que vivir ni sostenerse, se retira– ron cada uno a su casa, quedando el campo limpio de enemigos y en com– pleto estado de paz. Al saberlo nosotros, regresamos a Massawah, a en– tre\'istarnos con nuestros amigos; ¡qué oleadas de emociones y alegrías no se agolpaban en aquellos momentos a nuestra mente! Cada cual se apresuraba a pintar con los rnüs vivos colores los temores y angustias, los dafíos y perjuicios que, en tan aciagas circunstancias cada uno había sufrido. Pero el más castigado había sido, sin duda alguna, el agente consular Sr. Degoutin. Dejo ya referidos los !onces y angustias de aquel terrible momento.

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