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80 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía es, para venderlos después en plaza pública como viles esdavos. Y no se n,e diga que hoy ha cesado ese vil trático de carne humana; falso, fal– sísimo. ¿De dónde, sino de ahí, vienen tantos infelices como pueblan hoy los serrallos y las casas de los ricos mustdmanes y turcos? Conozco a Bajá!'> que tienen a gala y como por oficio el proveer a los grandes de esa horrible mercancía, y sé también donde estiín las infames oficinas de tan nefanda iniquidad, y los almacenes en que, corno a bestias, los en– cierran y mantienen. No se hable. pues, de civilización entre los musul– manes, mientras no se cierre la puerta a esos centros y bajas oficinas de tan vil iniquidad. Presumen algunos conocer a fondo los pueblos orienta– les, sólo porque han hecho un viaje por el Oriente a vuelo de pájaro, o tal vez porque hayan leído alguna de tantas descripciones literarias de cier– tos exploradores fantüsticos que atienden müs a halagar el oído y la ima– ginaci(m que a ilustrar verídicamente al pueblo, no; creo que en eso merece mucho más crédito el misionero que va a aquellas tierras sin pre– tensión alguna y con el único fin de salvar almas; éste. por lo mismo que permanece allí gran parte de su vida j tiene mejor roce con las gentes y no le mueven intereses materiales ni vanas honras que despreció por Cristo, es quien ha de decir la verdad d1~ cuanto estü pasando en los pue– blos orientales. 11. Objeto y consecuencias de esta guerra.--EI principal objeto de esa guerra no era otro que descargar el peso de la justicia. castigando la intrusión de Egipto en el territorio propiedad de la Abisinia. Jaméis hasta entonces fué visto que nación alguna, fuera de la Abisinia, a quien por derecho natural le competía, ocuparn, como propio, territorio africano. Solamente a Turquía se le permitió el protectorado sobre la isla de Mas– sawah, y aun con ciertas restricciones y bajo la única mira de proteger a los comerciantes árabes en aquella costa. La protesta, por tanto, de la Abisinia contra el Egipto estribaba, a mi juicio, en fundamento justo de natural defensa de sus intereses. Las consecuencias de esa guerra quedan ya en parte relatadas; :-olamente referiré lr, tocante al agente consular, que fué quien llevó el peso de la afrenta. Lo que dijimos respecto al fatal resultado del cerco de la casa del Sr. Degoutin, y el arrasamiento y ex– terminio dé todo cuanto en ella había, y sobre todo, el desacato cometido contra la bandera francesa, arrojündola a las llamas. motivó como es claro, una cuestión diplornMica entre Francia por una parte y el Egipto y la Abisinia por otra, que por fin se ahogó en agua de borrajas; porque Egipto se lavó las manos diciendo que retiradas sus tropas de Umkullu, el agente consular debía hriberse rntirndo con ellas. y no exponerse deli– beradamente a los insultos de aquel ejército indisciplinado de la Abisinia; y ésta se encogió de hombros, declaníndose insolvente por los desafueros de sus soldados. En fin, Francia. que a la s,1zón se hallaba con las manos atadas, gracias a su descomposición interna nacional, detuvo sus pasos, se tragó la afrenta y echó tierra al asunto. relegándolo al olvido. Y si es verdad que procuró compensar en algo al agente cons1:lar de los daños y pérdidas sufridas con esa ocasión. lo censuró después echündole en cara su imprevisión al exponer la bandera nacional a enemigos tan ciegos e indisciplinados; y por último. lo destituyó de su cargo. 12. Errores de la diplomacia europea en Orieafe.--Poco ha hice

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