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78 Mis treinta y cinco años de Misión en la Alta Etiopía por menudo el sencillo ajuar de la capilla y la selecta concurrencia a tan soberana ceremonia. Celebróse ésta en una sala de casa de cortas di– mensiones (cuatro metros de largo por tres de ancho). Colocamos en ella dos altar:.:s, uno para el consagrante y otro para el consac:;rando; ambos altares tenían idéntica construcción, pues estaban hechos de cajones so– brepuestos uno encima dt~ otro, y otros dos cajones semejantes cubiertos de sendos paños rojos, servían de sillas a los dos obispos. En cuanto H la concurrencia, con nosotros prese11ciabm1 el Hcto los dos presbíteros asis– tentes y el hermano lego Fr. Pascual; he ahí todo el concurso de gente a aquella pomposa fiesta; pero lo que era muy curioso y me llamaba en extremo la atención. causándome hilaridad. era ver a mi Fr. Pascual he– cho una ardilla, moviéndose de acá para allá con una pistola en cada costado, atendiendo ora a la portería. ora a la Misa (pues era día de pre– cepto). y al mismo tiempo hacer de sacristán y prepararse para la sagra– da Comunión. El consagrando hacía a la vez de maestro de ceremonias con el pontifical en la mano para ir leyendo las rúbricas. En cuanto a ornamentos sagrados, no andábamos tan escasos, pues si bien no tenía– mos más que un báculo. en cambio disponíamos de tres mitras. En fin, no carecíamos de lo estrictamente necesario para el acto de la consagra– ción; lo que faltaba en absoluto eran las insignias episcopales para Mon– señor De Jacobis, y ni aun recursos tenía el pobre Monseñor parn pro– veerse de ellas. liícele regalo de un sencillo pectoral que tenía a mi uso, y de ,lll anillo con falsa piedra, que el santo varón agradeció en extremo y conservó como oro en paño toda su vida. El tal anillo tiene su historia. porque a la muerte de M.onseñor De Jacobis pasó a manos de Monseñor Spaccapietra. de la misma Orden, el cual lo tenía como una sagrada re– liquia, y a su muerte mandó a su secretario se lo entregase al Superior general de los Lazaristas. en cuyo poder supongo continuanL Volviendo al acto de la consagración, cuando al final entonamos el «Te DeunP en acción de gracias. era tal la emoción de Monseñor de Jacobis que apenas podía contener las lügrimas ni ahogar los sollozos, y cosa semejante me pasaba también a mí y a los viajeros franceses que estaban asomados a la ventana de la capilla, con no ser excesivamente predispuestos a seme– jantes espirituales emociones. En fin, la gracia del Espíritu Santo no descendió menos copiosamente en aquel lugar de extremada pobrrza que en las más suntuosas basílicas y entre los esplendores del lujo y de la numerosa concurrencia. 7. /faída en dirección a Dah!ak--También aquella religiosa ce– remonia tuvo como remate su parte festiva. y fué el banquete que am– bos celebrarnos en amigable concordia. consistente en un sencillo café endulzado con el azúrnr de la mutua alegría y satisfacción por el feliz resultado de tan larga expectativa. Inmediatamente deshicimos la capilla colocando todo su ajuar en la barca preparada al efecto para la partida en dirección a Dahlak. Monseñor De Jacobis se negó en absoluto a salir a Massawah; con todo el Gobernador de la isla. siempre atento y cortés con él, puso a su disposición una embarcación con el personal convenien– te, a fin de que en caso apurado pudiera evadir la persecución huyendo de lugar seguro. Así terminó aquel memorable día de tan dulces emocio– nes e imperecederos recuerdos. Después supe que los que se quedaron

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