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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 77 Nosotros, en cambio, apercibimos la maleta para el caso de una desban– dada impuesta por las circunstancias, 4. Consagracicin de Monselior De jacobis.--Balanceándome en medio de esas oleadas de trastornos políticos y contratiempos de viajes, dejé escapar alguna frase de disgusto por el ya tan resobado asunto de la resistencia de Mons. De Jacobis al cargo episcopal. Si en esas quejas ofendí a tan venerable y amada persona, lo siento y me retracto; pero eran disculpables mis lamentos y, hasta cierto punto, convenientes para sacar de quicio c:quella férrea voluntad del venerable Prefecto, obligán– dole a doblegar su frente a la dignidad episcopal, y en este sentido doy por bueno cuanto dije, pues ello fué la pnlanca que le movió a aceptar el cargo. Apenas le ví inclinado a cargar sobre sus hombros el peso de la dignidad, me apresuré a ayudarle, y le dije: aunque tarde, todavía es tiempo, y si os place, para hurtar el cuerpo a la inminente guerra que a todo correr se nos viene encima, nos trasladaremos a Dahlak, donde, con mayor sosiego y devoción podrea10s celebrar tan solemne ceremonia. -Jamús consentiré en salir de aquí, me dijo, mientras quede un solo cristiano; con ellos moriré, si así Dios lo quiere, y aquí quiero ofrecer al Señor este sacrificio de mi consagración episcopal. Oyendo lo cual, no aguardé por más. Sin pérdida de tiempo, hice preparar todo lo necesario y, al día siguiente, muy de madrugada, cele– brarnos la sagrada función. Acaecía esto en la vigilia de la Epifanía. 1. Precauciorzes.---La respuesta de la Comisión de paz no había llegado, pero los rumores que corrían no eran de buen agiiero, y daban pie a los musulmanes para hostiles levantamientos contra los cristianos. A fin, pues, de celebrar la sagrada ceremonia con el sosiego y reveren– cia que el acto pedía, pusimos centinelas y guardas en varios puntos de la casa; un grupo de europeos adictos a nosotros se puso en una barca por el lado del mar, y la puerta de ingreso estaba custodiada por un pi– quete de soldados que a petición mía envió el gobernador. Dentro y pre– venidos contra cualquier desagradable acometida, nosotros, preparando lo necesario para el acto, instruímos a los dos presbíteros que habían de hacer de asistentes, los cuales de rito latino no entendían palote. En fin, allí era de ver el incesante afán y trajín de aquella memorable noche. Nos acostamos a las doce para levantarnos a las dos; pero ¡qué reposo Dios santo! Monsefior De Jacobis 110 hizo otra cosa que llorar y hacer oración. y yo me las pasé en claro, discurriendo y cavilando cómo salir con éxito de aquellos apuros y de las garras de los abisinios. Por fin, sonó la hora, y comenzamos la religiosa ceremonia. Era la mañana de la Epifanía. G. Singularidad de la función. -Quiz,ís extrañarán mis lectores la sencillez v ausencia de todo externo boato en el acto de una consa– gración episcopal, que tan pomposa solemnidad suele revestir en los pue– blos y ciudades de Europa. Pero lo que en realidad tiene de extraño no es la falta de solemnidad, que esa la entraña el acto mismo, si1,o la esca– sez absoluta hasta de lo más imprescindible; y no obstante, hay que con– fesar que el Espíritu Santo no se mostró menos pródigo en la comunica– ción ele sus clones en aqnel solitario y desmantelado tugurio qne· en los suntuosos y venPrandos templos de las naciones civilizadas. Reseñaré
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