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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 71 ella el café y luego la cena, consistente en arroz y tortilla. Reposamos tranquilamente y a fin de dar tiempo a los barqueros para reparar los desperfectos causados por la borrasG1, nos detuvimos otro día entero; así pude enviar a un par de ellos a buscar agua potable que encontraron no muy lejos, con la que pudimos hacer mejor partido. 4. Llegada a Ade11.-Emprendi111os de nuevo la marcha, y a los dos días, pasado el estrecho de Bab-el-Mandeb, dimos vista a Aden. Avisa– dos convenientemente el P. Marcos y el Sr. Sturla, salieron a recibirnos, tomando a su cargo el transporte del equipaje, y siguiendo nosotros a pie en animada conversación hasta casa. El P. Marcos estaba que no cabía de gozo. Habíase proclamado la República en Venecia. su patria, y espe– rabi1 nada menos que emular las gloriosas tradiciones en el gobierno de la República. A ello le invihilrn su misma familia. que había alcanzado fa– cnltad de la S. Congregación y de los Superiores de la Orden para su regreso. En verdad. la familic, de los rGradenigo¡ , se había distinguido en la época de mayor gloria de la República veneciana, y ahora resurgían espontünem11ente en ella sus ambiciones y esperanzas, anh<'lando verlas personificadas en el P. Marcos. Pero los pobrecitos la erraban de medio a lll<'dio: ignoraban, o ellos mismos se cegaban voluntariamente. para 110 ver que en pleno siglo XIX y bajo la mano oculta de los tGra11des Orien· tes> y , Grandes lV\aestres», no estü la sociedad pan; esos resurgimientos de t'·porns caballerescas, en que la fe y la piedad religiosa eran el alma de aquellas sublimes t'popeyas y gloriosas gesbs que fueron la admira– ción del mundo y h1 característica de los pueblos medioevales. No; hoy las sociedades humanas. dirigic!as por esa mano oculta que todo lo invade. desdeñan, mando no los echm1 por tierra. las coronas y los cetros. si Jcl no es que se valgan de ellos como de ciegos instrumentos. y viles ejecu– tores de los vergonzosos y repugnantes fines de las sociedades secretas. Por fin, el P. Marcos, víctim;, de sus locas ilusiones. truto de imagina– ciones juvenil::s. üvidas de efímeras glorias mundana,. abandonó la Mi– sión, volviéndose a su amada patria. quedando aquélla unida interinamente a la de los Gallas, y encargúndcme a mí la S. Congregación velase por ella provisionalmrnte. 5. 1He encargo de la Misión de Ade11.-Acepto. pues. el encargo. y a fin de proceder sobre seguro, comenzamos por hacer inventario de los objetos propiedad de la Misión; luE•go el P. Marcos me hizo entrega de los libros y demüs documentos. y en el primer vapor salió en dirección a Suez, y de allí a Europa. Así me separé de aquel joven sacerdoÜ', a quien jamús volví a ver, ni tengo noticias de su suerte. Era. a la verdad, buen religioso, pero poco experimentado en los azares y vaivenes de la vida. Se ilusionó con el humo de efímeras glorias de su patria, y de ahí sus locas pretensiones. l\Jo hay que olvidar tampoco que la naciente revolu– ción moderna no desdeñaba entonces la careta de sacerdote para seducir a los incautos con promesas de inacabable y pronta felicidad; y si bien, al fin, se llamaron a engafio, fué ya tarde y cuando estaban con la soga al cuello. Ahora no les queda otro remedio que llorar sin consuE:lo st1 torpe simpleza, viendo que en lugar de riquen1s y alegre bienestar que les :prometían, no tienen .sino esclµvitud y miseria. (i. Estado l(!flZ(!TJ,fabfe,de esta J1isü5n.-Con la ida del P. Marcos.

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