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68 Mis tre.i_l1E y cinco años de Misión en la Alta Etiopía ------- se presentara cuanto antes. Entretanto, mi casa de Umkullu se iba recons– truyendo a costa del Gobierno de Egipto, lo que me servía de satisfacción. 17. Llegada del Sr. Prefecto.·--Sumiso como siempre el Sr. De Jacobis, recibido el aviso, inmediatamente se puso en camino, y le hubiera tenido pronto a mi lado, si la urgencia de administrar los auxilios de la religión a los fieles no le hubiese retrasado más de lo que él creía. Por fin, llegó y, en el puerto mismo donde salí a esperarlo, nns abrazarnos afectuosamente sin que en su conversación dejara deslizar palabra alguna que encerrara el más leve indicio de la fausta noticia recibida. Quizás, pasadas las primeras impresiones de nnestra entrevista, me dará cuenta de las últimas disposiciones de Roma, decía yo para mis adentros; pero no soltó prenda, ni siquiera hizo mención del !notivo de mi destierro, de que no podía menos de estar al tanto. Pero el tiempo urgía, y era preciso resolverse; abro mi cartera y, sin más preámbulos, le muestro las bulas, cartas y documentos referentes a su consagración episcopal. He aquí lo que quiere la S. Congregación, le digo: que aceptéis la dignidad episco– pal. Al verse así sorprendido, balbuceó ciertas palabras de disgusto, di– ciendo que ese asunto era precipitado y que esperaba contestación de Roma, a donde se había dirigido. No quise insistir más por ahora, puesto que las bulas de la consagración dejaban en libertad al consagrando p¡¡ra elegir el consagrante; por más que bien podía él comprender que mi ve– nida a Massawah era exclusivamente para el acto de la consagración. 18. Nueva tentativa y nueva repulsa.-Dejé pasar dé propósito varios días sin mezclar palabra del asunto con el fin de ver si la reflexión le reducía a aceptar; pues creí estribaría su repulsa en el recelo de la persecución de Salama, cuyas salpicaduras es bien seguro le habían de llP.gar. Al cabo de ellos torné de nuevo a importunarle con la misma can– tinela; mas otra vez le encontré duro y persistente. aun más: dejó enton– ces escapar algunas expresiones que me hicieron entrar en sospecha de alguna dificultad surgida en el seno de su Orden por parte de los supe– riores. Yo, en verdad, desconocía los estatutos de ella, principahnPnte en lo tocante a cargos y dignidades eclesiásticas y, antes de exponerme. juzgué más oportuno esperar. Nada pude en concreto averiguar por en– tonces, pero quince años más tarde vislumbré algo de lo que ahora. con ocasión de la segunda repulsa del Sr. De Jacobis, sólo me vino en sospe– cha, y fué cuando invitado por el General de los Lazaristas asistí a la consagración episcopal de Mons. Bel, tercer obispo de l,1 Misión de Abi– sinia. No quiero hacer de ello mención. porque 110 quiero turbar la etern¡¡ paz que ahora gozan en el cielo, según piadoc;amente creemos. todos aquellos personajes a quienes al pre,,cnte me n·fiero. De mediü,ción es ello objeto mejor que de historia. Sigamos adela11te. 1H. La compra de fa casa de Zr>i!a /i·ustradu.--Desde i\1assawah debía yo enviar lo restante del dinero con que pag<1r hi casa de leila y firmar el contrato, según lo pactado. Puse, pues. el asuntu en conoci– miento de mi amigo el Sr. Degoutin. y éste me nfreciti rn1110 JFirtarJor de la cantidad a sn secretario. de origen ürabe y mu;,tilmün de 1,·l1gión. pero de una probidad nada común y muy t 0 x¡wrto l'll c;,í;, c.;11erü 0 dt· 1wgo– cio. Entregué, pues, la suma a i\lalrnbub (este el 110111brv 1 ,()bre– dicho secretario) en presencia del señor Degrn;u 11, y , '.1rtió i11m, , ; men-

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