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__ 6_6___i_M_is_tr_e_in_!~Y cinco años de Misión en la Alta Etiopía nos de preguntar al Sr. Secretario quien era aquel venerable sacerdote. cLea usted, me dijo por toda respuesta, la vida de Sa11 Vicente Paul, y sustituya usted ese nombre por el de D. Luis Sturla. y sabrá quien es el aludido:). Era en efecto, el mayor y más apropiado elogio que le convenía Procuré hacerme encontradizo con él y no me fué posible hablarle a causa de lo rüpido de mi viaje. Cuando últimamente lo ví en Aden no caí en la cuenta, pero escuchando de sus labios la relación de su calvario. me vino a las mientes su recuerdo y n1e apresuré a recibibirle entre los míos. per– suadido del gran favor que con ello me concedía el Señor. 11. Expedici<)n a Zr>ila. -Dejo arriba dicho que mi ida a Aden no era solamente por huir de la persernción. sino tambil:n con el fin de ente– rarme de los caminos que conducían al país Galla. Con recomendación, pues, del gobernador de esta ciudad, me presenü~ en Zeila acompañado del P. Felicísimo y del Sr. Sturla. donde fuí cortésmente recibido por Sir Alarkeb Emir, que me ¡.,restó gratuitamente una casa relativamente có– moda, en la que moramos por espacio de casi tres meses. Desde aquí dimos principio a nuestra exploración. Contratamos una barca y. mar adentro, fuimos visitando toda la custa de Zeila, preguntando acá y allú. y viendo nosotros con nuestros propios ojos las ventajas e inconyenientes que ofrecía la entrada a los Uallas por aquel punto. Desde el punto de vista material. el viaje al país Galla era por allí rnüs corto; pero no todo el monte era on;gano. ¡,orque dúbamos de sopetún con pueblos indómitos. ciegamente entregados a los brutales instintos del islamismo y fanüticos en extremo. lo cual nos desalentó grandemente. desistiendo en absoluto del ta,1 auiriciado proyecto. 12. Una extraíia cwe11tura.--No pasaré adelante sin dejar co11sig- 11ada una rara aventura que 110 faltó una pulgada para que resultara tní– girn. Es el caso que en aquel litoral son muy estimados por su exquisito sabor los huevos de ünades marinas, y de ellos hay en los mercados a granel. Cierto día. guiados por nuestros barqueros. nos dirigimos a una isla, no lejos de Tayurra donde, decían. se encontraban s'n abundancia. La curiosidad y la exct"Siva confianza en la palabra de los indígenas fueron musa de tan arriesgado empL,ño, de que por milagro salimos ilesos. Ape– mis echamos pie a tierrn nos desparramamos úvidamente por el islote en bnsca de los tan codiciados huevos. sin la más leve sombra de sospecha de acontecimiento dl'sagrndable. Mas hete aquí, que cuando mús descui– dados estábamos y mús embebidos en nuestra distraída tarea. los barque– ros saltan dentro de la barca. ll~Y,m anclas y. sin decir oste ni moste. co– mienzan a remar a toda prisa, marchando apresuradamente mar adentro y a velas desplegadas. Gracias a que el Sr. Sturla se dió cuenta a tiempo del percance y gritando desaforadamente corrió a detenprlos, arrojündose intn:.pido al mar. de lo contrario hubiL:ramos perecido allí de hambre sin remedio. ¡Caros nos costaron los dichosos huevos. pero de ellos quedamos harto~ sin probarlos! y sin müs requilorios 1:i pesquisas dimos la vuelta a Zt'ila. quedando advertidos de la clase de genfr con quienes viaj,íbamos, por mús que ellos trataban de sincerarse. diciéndonos haber sido todo una broma. Pero semejantes e bromas:> allú se las guarden para sí mismos, que nosotros queremos estar bien lejos de ellas. Con todo, fingimos creerlos para evitar mayores males.
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