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Traducción del M. R. P. Marcos de Escalada 63 procurador de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide en aquellos países, me envió desde Alejandría las cartas de la misma Sagrada Con– gregación a mí enderezadas, añadjendo, para mayor seguridad, al sobre escrito en italiano este otro en árabe: «Lel-Abuna Massaia Mutran fil Habiss» (A Mons. Massaia obispo en Abisinia). A esa equivocación (mejor diríamos imprudencia) añadió otra quizá mayor, cual fué la de que confundió los sobres, y en vez de encerrar mis cartas en el sobre ende– rezado al cónsul francés o al agent:2 dd Consulado, mi amigo y protector Sr. Degoutin, las incluyó en otro, dirigido al gobernador de Massuvah, y éste a su íntimo amigo el malaventurado Sal ama. ¡No deseaba otra cosa el hereje Abuna! Como el lobo hambriento con la presa entre su:c, aguza– dos dientes, así solazaba de CCJraje Salama con aquel extraño documento, venido a sus pecadoras manos, sin esperarlo; faltóle tiempo para ponerlo en conocimiento del rey Ubié y asestarme el golpe fatal. 3. Decreto del destierro.---Afortunadamente la Providencia velaba en mi favor. Personas amigas me avisaron secretamente, algunos días antes, de la trama que por intrigas de Salama se me estaba urdiendo, y a la chita, callando, y so pretexto de negociar ciertos asuntos antes de internarme en el corazón de Africa, dejé Gtwlá y, en compañía del P. Fe– licísimo, salí en dirección a Massawah. El ángel del Señor guió mis pa– sos, porque a los pocos instantes de echar el pie fuera, corrían ya noti– cias de mi expulsión y destierro. En efecto, así era, y en el !:iolemne decreto refrendado con la firma del rey Deyaché-Ubié, se subrayaba una cláusula respecto al rigor con que debía hacerse; decíase allí que se me debía llevar hasta la frontera del Tigré entre «leopardos)), que diría San Ignacio Martir, esto es, entre soldados, más soeces y fieros que bestias. Aun müs: dudando Salarna, a cuya orden obedecía toda esta trama, de la fidelidad de Ubié en el cumplimiento c1e lo decretado, subió él mismo a la cumbre de la famosa montafia de Devra-Damiot, y, revestido de pon– tifical, fulminó con toda rúbrica desde aquellas alturas el rayo de exco– munión sobre la persona real y sobre su gobierno, conminando además con pena de entredicho a todas las iglesias del reino si. en el término y forma decretados, no se me expulsaba. El citado decreto, empero, no al– canzaba más que «Abuna Messias,) (nombre con que a mí me designaba), y de ninguna manera a los demás misioneros. 4. Mi nuevo nombre.-Enterado desde lejos de todas las formalida– des y amenazas fulminadas contra mi persona, nada me arredró. Contesté a mis compañeros consolündolos y reanimando sus decaídos ánimos, con alguna gota de aliento, que aun me sobraba. Mi destierro causó en ellos el efecto de un rayo y el alma se les venía a los pies. Por mi parte, aunque el sueño desaparecía de mis ojos y me preocupaba la realización de mis designios, no fué ello tanto que me obligara a desistir. ¡Adelante! y Dio& abrirú camino. Escribí a mis compañeros, dündoles orden de proseguir el viaje hacia los Gallas, precaviendo cualquier siniestro. y que se aprove– chasen de la inmunidad de que gozaban para dedicarse al ministerio apos– tólico en los pueblos en que hacían mansión. Una cosa, sobre todo. les encarecía y era que en adelante no me designaran con otro nombre que con el que me habían nombrado mis enemigos, esto es, «Abuna Messias», y en ese típico nombre ponía mi mayor timbre de gloria.

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